1. Catarsis, un concepto sujeto a interpretación
La catarsis es, junto con la mímesis y la verosimilitud, uno de los conceptos fundamentales en la Poética aristotélica. Respecto a su significado, podemos entenderla como la purificación de las emociones en el ser humano. Sin embargo, aunque sabemos que estas emociones son el objeto de la acción catártica, no conocemos a ciencia cierta qué es lo que implica esa purificación. Es por este motivo que la catarsis es un concepto inevitablemente sujeto a interpretación en la obra de Aristóteles. Entre las principales nociones encontramos la catarsis como un concepto de carácter médico-homeopático y, por otro lado, la catarsis como esclarecimiento cognitivo (Vigo 2017: 575). Dichas interpretaciones de este concepto nos ofrecen diferentes consecuencias que serán desarrolladas en este artículo.
Como veremos a continuación, el valor filosófico que Aristóteles atribuye a la poesía, presente tanto en la acción mimética como en la búsqueda de la verosimilitud en la creación del argumento, supone, en esta línea, un gran respaldo a la interpretación de la catarsis como purificación de las pasiones en un sentido ético o epistemológico. Esto implicaría que la poesía es una forma efectiva de enseñar, de hacer aprender al espectador. Teniendo en cuenta que ese valor filosófico, explícitamente, es planteado por Aristóteles únicamente desde el punto de vista del creador de la obra, la interpretación de la catarsis —que tiene que ver con el espectador— como modo de enseñar es bastante relevante a la hora de abordar la capacidad de la poesía para establecer una relación con la filosofía.
Sin embargo, la interpretación médica también presenta credenciales sólidas. El lenguaje de Aristóteles da pie a esta interpretación, y el propio término "purificación" no parece remitir en principio a una forma racional de aprendizaje. Cabría, pese a todo, una mejora del ser humano tras este proceso. Y es que, aunque no más sabio, el purificado debería parecernos mejor que el no purificado. Debe haber, por lo tanto, una mejora tras la purificación, aunque se trate de un desarrollo en la disposición, el carácter (Vigo 2017: 575), o el propio estar del individuo, y no una mejora ética o epistemológica.
Por lo tanto, nos encontramos con dos alternativas a la hora de interpretar este concepto. Según la primera, el espectador aprende; progresa en un sentido ético o epistemológico. Es decir, su dimensión racional se ve nutrida. Por el contrario, desde el punto de vista de la segunda, el espectador mejora sin que esto implique necesariamente un aprendizaje. La faceta racional del ser humano no se enriquece desde esta perspectiva.
2. El valor filosófico de la poesía en Aristóteles
Para conocer en qué consiste el valor filosófico de la poesía, y qué papel juega el concepto de catarsis en este asunto, debemos primero poner la mirada en Platón. En su ontología escalar encontramos una realidad ideal (Vallejo 2017: 300), y para él, la realidad sensible es inferior con respecto a la realidad inteligible. Lo que ocurre es que el arte consiste en la imitación de esta sensorial y devaluada realidad, y por este motivo se ve obligado a no tolerarlo. Para el maestro de Aristóteles, además, las pretensiones del artista son inaceptables. Si no fuera bastante el hecho de estar imitando un aspecto de la realidad que no es, de por sí, el más nítido, encima el artista es alguien que pretende ser, sin serlo, algún otro (Ross 1981: 329). Así, cuando se hace hablar a un personaje, se pretende ser ese personaje. Pero, en realidad, no se es quien se dice ser: el discurso del artista es el de la opinión.
Aristóteles, por su parte, no combate específicamente la idea que lleva a Platón a despreciar el arte; a saber, que la realidad sensible que se imita es de menor valor que la inteligible. Sin embargo, sí que se encarga de corregir a su maestro en el sentido de que piensa que en la poesía hay una parte inteligible. Las acciones, emociones y caracteres son imitados (Vigo 2017: 572), pero el poeta no solo se dedica a esto, sino que realiza un ejercicio filosófico. Lo universal es necesario en Aristóteles (Ross 1981: 330), y la poesía recoge una universalidad en tanto que es capaz de narrar unos hechos que son necesarios debidos a los caracteres y las acciones imitados.
Poniendo un drástico ejemplo, si estamos imitando el carácter, plasmado en acciones, de un inocente y atento niño que ama a sus padres, difícilmente podremos tomar el curso de la historia por nuestra cuenta y decidir que ese niño asesina a su familia un domingo por la tarde mientas todos yacen plácidamente en el sofá. De ser así, la historia debería mostrar algún tipo de explicación a este comportamiento, como un cambio de carácter debido a una determinada circunstancia o algún tipo de coacción o chantaje externo realizado al propio niño. La cuestión reside en que en este caso no es verosímil, acorde al carácter del niño, la acción que éste lleva a cabo contra sus padres. Es decir, el argumento de la historia —elemento fundamental en la obra poética (Aristóteles 2004: 49)— no solamente no es una copia, sino que debe estar regido por la verosimilitud, y en este sentido, no es ni mucho menos arbitrario. Este es el sentido en el que la poesía es filosófica para Aristóteles: el poeta no se dedica a narrar las acciones particulares sucedidas, como hace la historia, sino que nos cuenta en su argumento lo que podría suceder (Aristóteles 2004: 55). Y es que, aunque los individuos sean lo que son por su carácter, lo que les sucede tiene que ver con sus acciones. La correlación de dichas acciones nos muestra ese ``lo que podría suceder´´ que se ha mencionado. Así, podemos concluir, corrigiendo a Platón, que, pese al carácter imitativo de la poesía, el argumento, que es la parte más importante de la obra poética según Aristóteles, consiste en un ejercicio filosófico, conceptual, relacionado con lo universal y la verdad. Es decir, para expresar aquello que podría suceder, y hacerlo de manera verosímil, no nos basta con imitar. Debemos conocer una parcela concreta del mundo tan bien que seamos capaces de mostrar uno de sus posibles desarrollos sin que este necesariamente tenga que ocurrir. Y aunque, de hecho, estos sucesos jamás ocurran, la verosimilitud es el eje mediante el que somos capaces de saber si la historia descrita está bien o está mal desarrollada.
Y todavía hay más que decir al respecto. La imitación por sí misma no es un ejercicio ni mucho menos mediocre para Aristóteles. Es incluso, en cierta medida, filosófica. Al menos, lo es en tanto que se trata de una forma natural de aprender por parte del ser humano y supone una búsqueda de conocimiento. Lo que está claro es que, más que consistir en una copia inconsciente y necia, implica más bien una especie de recreación. El filósofo griego nos habla de cómo se produce placer a través de la imitación (Aristóteles 2004: 42). Además, la palabra filosofía (amor a la sabiduría) nos remite inevitablemente a cierta familiaridad con la acción imitativa según es descrita por Aristóteles: la imitación es algo propio del ser humano; incluso se trata de un signo de diferenciación con respecto a los demás animales. Adquirimos nuestros primeros conocimientos por imitación y hay en nosotros una tendencia natural a ella (Aristóteles 2004: 42). Se trata, en definitiva, de una acción producida por una tendencia natural al saber en el ser humano. Podemos ver, incluso, cómo sería plausible una discusión acerca de si el impulso que origina la imitación es el mismo que origina la filosofía, pues Aristóteles nos habla, en relación con el asunto, de cómo aprender no es solamente agradable para los filósofos, sino también para el resto de la gente (Aristóteles 2004: 42).
En resumen, este aspecto filosófico de la poesía supone, más que un enfrentamiento directo, una rectificación respecto a Platón. Quizás en la parte imitativa sí que podría darse más esta confrontación, pues Aristóteles entiende que se trata de un proceso que implica una recreación, y al hacerlo se opone directamente a la idea de que lo imitado sea solamente a una copia degradada del original. Es decir, la mímesis no es algo meramente inmediato, sino que es ideal en cierto sentido (Halliwell 1986: 125). Sin embargo, como ya se ha dicho, la explícita afirmación del filósofo griego acerca del valor filosófico de la poesía no supone un enfrentamiento. Se trata, más bien, de señalar algo que a su maestro se le escapa: la poesía no es mera imitación, sino que el argumento se elabora filosóficamente y está regido por la verosimilitud (Aristóteles 2004: 58). De esta forma es como se recoge lo universal y se nos muestran unos hechos que podrían suceder.
3. Implicación de la primera interpretación de catarsis en la relación filosofía-poesía
Hemos podido comprobar que la Poética es una obra en la que se establece un diálogo con Platón. Éste se ve obligado a expulsar a los poetas de su ciudad ideal porque no se trata solamente de que filosofía y poesía sean dos disciplinas diferentes, sino que son mutuamente excluyentes (Jiménez Villar 2017) debido a que una se mueve en el terreno de lo falso y, la otra, en el de la verdad. Sin embargo, Aristóteles corrige esta postura divisora y consigue conjugar ambas disciplinas. Una vez comprendido en qué consiste el valor filosófico que Aristóteles atribuye a la poesía, podemos comenzar a abordar la primera interpretación de la catarsis y sus consecuencias. Decidamos posicionarnos a favor de una, otra, o ninguna interpretación, la catarsis es también un asunto de gran relevancia en la Poética por un motivo fundamental: tiene que ver con el efecto producido en el espectador. Es decir, mientras que la mayor parte de la Poética de Aristóteles supone un preciso análisis acera de qué es la poética, cuáles son sus partes, qué es lo que motiva al autor a crear la obra poética, y qué es lo que debe hacer dicho autor para producir dicha obra, la catarsis supone un cambio de perspectiva y una atención al espectador.
Ese paso del autor al espectador será fundamental para comprender la implicación de la primera interpretación de catarsis. La concepción de la catarsis como aprendizaje racional es relevante en la medida en que su aceptación es la única manera de encontrar un puente filosófico entre el espectador y la obra. Esto se debe a que la relación entre filosofía y poesía que Aristóteles desarrolla únicamente tiene lugar desde el punto de vista del autor de la obra poética. Esta relación, elaborada a partir de la figura del autor, consiste en lo que se ha venido explicando: Como ya sabemos, según Aristóteles la imitación surge de una tendencia natural del ser humano hacia el saber. Se podría tratar, así, del mismo impulso que origina la filosofía y nos mueve a alcanzar el conocimiento. Además, como también se ha expresado en el punto anterior, la poesía es filosófica porque no solo imita, sino que recoge un universal en los hechos que narra, permitiéndonos acceder a ciertos rasgos básicos que compartimos en tanto que seres humanos. Y es que, en realidad, los hechos singulares que la poesía narra no son el objeto de imitación, sino que son los caracteres, las acciones y las emociones los objetos a imitar (Vigo 2017: 572). Esos hechos no imitados, que no son fruto de la creación, no son tampoco algo arbitrario, sino que hay ciertas leyes —debe estar regido por la verosimilitud— a las que no se puede escapar.
Por lo tanto, teniendo en cuenta la interpretación ético-epistemológica, y aceptándola, podríamos concluir que la poética tiene un potente valor filosófico. Ya no solo por el ejercicio del autor, sino por lo que supone para el espectador. La interpretación de la catarsis como forma de conocimiento aporta una gran novedad al valor filosófico de la poesía, porque a este respecto Aristóteles no parece dar cabida por ningún otro lugar al espectador. Es decir, si el carácter filosófico de la poesía radica en la creación del argumento, la expectación entonces no es relevante respecto al valor filosófico. Este asunto puede ser ilustrado en base a la distinción que él mismo hace entre la historia y la poesía:
El historiador narra los hechos sucedidos y, en cambio, el poeta narra lo que podría suceder. Por este motivo, además de las razones que han sido expuestas, la poesía es más filosófica que la historia (Aristóteles 2004: 55). Sin embargo, esta distinción carece de relevancia cuando adoptamos el punto de vista de un lector o espectador. Ya leamos una historia de carácter histórico, ocurrida realmente, o una de carácter poético, inventada, ese carácter filosófico de la creación no interviene en nosotros como espectadores de ninguna forma. Es más, podríamos ser engañados y leer un relato de carácter histórico pensando que es poético, o leer uno de carácter poético pensando que es histórico sin que eso tuviera demasiada trascendencia. A efectos prácticos, un relato histórico y uno poético tienen una incidencia similar en el espectador porque la diferencia filosófica entre uno y otro reside únicamente en la forma en la que han sido creados. Por este motivo la primera interpretación de la catarsis resulta tan relevante. Gracias a ella es posible encontrar un puente entre espectador y filosofía, del cual Aristóteles no habla en la Poética. Es decir, si la catarsis implica una mejora ética o epistemológica, de esto podría deducirse que el espectador de la obra poética tiene, a través de ésta, acceso a un conocimiento de tipo racional y filosófico.
En definitiva, la interpretación de la catarsis como mejora ético-epistemológica entraría en juego a la hora de ampliar el ámbito de relación entre poesía y filosofía en Aristóteles. Mientras que la interpretación médica nos llevaría a zanjar el asunto aquí, la concepción de la catarsis como un enriquecimiento racional en el espectador nos permite extender la relación entre filosofía y poesía hasta él mismo, evitando así reducirlo únicamente al terreno del autor. No obstante, la interpretación médica también debe ser puesta en consideración, y sus implicaciones pueden ser también fructíferas a la hora de llevar a cabo un análisis del mundo occidental contemporáneo.
4. Implicaciones de la segunda interpretación de catarsis en el análisis de nuestro tiempo
Como ya se ha adelantado, la segunda interpretación a tratar en este artículo tendría un significado terapéutico. Esta visión también tiene motivos de peso. En primer lugar, Aristóteles emplea un lenguaje médico cuando se refiere a la catarsis (Ross 1981: 336). Además, lo segundo es que Aristóteles dice que la catarsis es útil para todo espectador, incluido el virtuoso (Vigo 2017: 575). De esta forma, si se es virtuoso y la catarsis consigue de igual manera esa purificación de las emociones, la interpretación médica es una opción que parece explicar mejor la catarsis. Es decir, no parece demasiado plausible que la catarsis, como enseñanza, sea útil para un virtuoso que ya conoce. En base a esto, la poesía no estaría ligada al conocimiento en su función catártica, sino a la descarga de emociones. Así, no se trataría de moderar, guiar o conocer las emociones, sino que la función catártica tendría una acepción médica en tanto que consistiría en el despertar o el provocar estas emociones para su descarga, seguida de la correspondiente vuelta a la normalidad. Algo así, podríamos entender, como una forma de engrasar la máquina, como cuando vamos al fisioterapeuta y el dolor del masaje, la presión ejercida sobre una contractura termina por ser, en cierto sentido, una descarga placentera que nos permite volver a un estado de equilibrio. Por lo tanto, aquí no encontraríamos una mejora, al menos directa, en el ámbito racional del ser humano. Si acaso, podría haber una mejora o variación del carácter, fruto del experimentar este placer, aunque ello sería en un sentido muy primitivo, pues el aprendizaje racional no se estaría dando en este caso.
Esta segunda interpretación de la catarsis, con una acepción más medicinal que educativa, podría llegar a tener mucho que decir en nuestro tiempo. Son varios los fenómenos actuales que conjugarían a la perfección con esta interpretación. Actualmente, el auge de las empresas dedicadas a suministrar contenidos de ficción es más que evidente. Hace relativamente pocos años la extensión de este tipo de demanda —también de la oferta— hubiera sido prácticamente inverosímil, mientras que ahora la suscripción en una cuenta de Netflix es algo que se da casi tan por supuesto en cualquier persona como el DNI. Además, junto a este fenómeno va de la mano el éxito de las series de televisión en estos últimos años. Cada vez son más las personas que optan por ver una serie antes que una película, y los atracones de éstas —fenómeno conocido como maratón televisivo— son ya prácticamente algo común y normalizado.
Para empezar, ¿cuáles son las principales diferencias entre una serie de televisión y una película? Lo más evidente es la extensión. Mientras que una película es un todo completo y cerrado que pretende ser visto de una vez, las series de televisión son mucho más extensas, e incluso a veces su final no está del todo delimitado. Por ejemplo, una serie puede darse por finalizada y, al tiempo, los productores tendrían la capacidad de lanzar otra temporada más, pese a todo. La extensión de la serie implica que los personajes pueden desarrollar su carácter mucho más que en las películas, y si nos paramos a pensar en la serie de televisión como un todo completo, vemos que ésta puede tener mucha más profundidad que la película en este sentido. Esta profundidad de los personajes, e incluso del argumento de la serie, hace que el espectador sea capaz de prolongar su conexión con ellos durante mucho más tiempo, y puede tener la historia constantemente presente en su día a día. Este tipo de características no parecen ser perjudiciales, sino que su diferencia con respecto a la película es bastante atractiva. Sin embargo, un paso muy importante se produce cuando estas series de televisión, que fueron pensadas para ser vistas a la par que sus capítulos o temporadas eran emitidos, pasan a ser consumidas por el espectador del mismo modo que la película: como un todo cerrado que pretende ser visto de una vez. Prueba de ello es que cada vez es más común que los espectadores prefieran no comenzar a ver la serie hasta que no ha finalizado, porque así pueden verla sin parar.
No es casualidad que el éxito de todas estas plataformas especializadas en la producción de series acompañe a nuestro tiempo. Nuestra situación se caracteriza en gran medida por lo siguiente: Olas de suicidios y depresiones en el mundo occidental, consumo de alcohol que se inicia a edades cada vez más tempranas, abuso de drogas, excesiva atención a las redes sociales. En este contexto, la catarsis aparece como otro de esos productos de consumo cuyo abuso permite la evasión de la realidad. No se trata aquí de defender ningún tipo de esencia o camino fundamental del ser humano que estarían siendo corrompidos. Solamente se está apuntando a que la catarsis, entendida como medicamento, pulsión y descarga de pasión que purifica, es otra forma contemporánea de abuso. Si se trata de un exceso es porque precisamente esta purificación está perdiendo efectividad y ya no es ésta lo valioso de la obra poética tanto como la evasión, esquiva u olvido del mundo real; un mundo que cada vez agrada y pertenece menos al ser humano. Es decir, el problema reside en que en el mundo contemporáneo la representación de lo real sustituye a lo real y se toma por tal; los sueños solamente se realizan de forma virtual (Sáez Rueda 2007: 65). Por lo tanto, no se trata de negar el ámbito de realidad de estos fenómenos, sino de señalar que la realidad del ser humano tiende a reducirse a ellos.
La purificación catártica de las emociones no es efectiva hoy en día, cuando más obras tenemos a nuestra disposición, porque paradójicamente, después de la obra no se vuelve a la vida, sino que la obra es el medio para negar la vida. Es como si en lugar de salir del edificio donde nos damos el masaje nos quedáramos en la camilla, porque estamos más cómodos ahí dentro que fuera, en la vida. Al final, el masaje deja de tener sentido y la purificación ya no se produce. Si no vamos fuera a correr, cargar cajas, pasear, etc. no surgen contracturas, y no hay nada que purificar. La catarsis se vuelve, de esta forma, un útil cuyo abuso ha generado una pérdida de efectividad en nuestro tiempo.
La catarsis, entendida como un aprendizaje ético-epistemológico, no parecería poder adaptarse a esta noción de producto excesivamente usado y medio para negar la vida. Es decir, el conocimiento y la realidad no son excluyentes en este sentido, al menos en principio. Sin embargo, podemos contrastar que este auge en el mundo de las series puede ser explicado en términos de abuso catártico (entendiendo la catarsis como medicamento, por supuesto). Y es que es cierto que todas estas producciones cinematográficas son enmarcadas dentro del ámbito de la cultura. Muchas de ellas, de hecho, son de gran calidad y nos enriquecen racionalmente; ayudan a conocer. No obstante, pretender explicar el fenómeno actual de visionado masivo de series en términos de búsqueda de conocimiento, teniendo en cuenta las producciones que se popularizan y las intenciones generales de quien las consume, es cuanto menos ingenuo. Esta perspectiva no se sostiene porque el consumidor ni siquiera realiza una selección activa, sino que se basa en las sugerencias que la plataforma le ofrece; está predeterminado, o al menos su capacidad de elegir es limitada (Louredo Casado 2020). Esto, sumado al hecho de que esa pretendida ``adquisición de cultura´´ es buscada siempre en el mismo formato, sin que ni siquiera pase por la cabeza coger un libro, nos concede motivos de sobra suficientes para sostener que, en gran medida, la popularización de este fenómeno consiste en un ímpetu por recurrir de forma fácil e inmediata a una experiencia catártica que sustituya su realización en la realidad. Justificar este tipo de consumo con el pretexto de que se trata de una adquisición de cultura es equivalente a justificar la adicción a la marihuana poniendo de relieve sus beneficios médicos. Es decir, no podemos justificar la ausencia de un problema aludiendo a las características positivas del objeto que lo causa y obviando aquellas que producen el problema.
5. Conclusiones
A modo de síntesis, podemos decir que este artículo se ha basado en la atención a las dos principales interpretaciones del concepto de catarsis. A este respecto, en lugar de abogar por la elección de una u otra, se ha pretendido mostrar una serie de consideraciones que se encuentran implicadas en función de qué interpretación adoptemos.
La interpretación ético-epistemológica tiene, como hemos podido comprobar, una relevancia considerable en lo que sería la teoría de la literatura de Aristóteles. Adoptar esta visión implica que la poesía guarda una armonía y una correlación con la filosofía no solo desde el punto de vista del creador, sino también del espectador. Esta última característica de la poesía en Aristóteles sería digna de ser considerada el culmen de su crítica a Platón, cuyos motivos para descartar la poesía son educativos (Jiménez Villar 2017).
Por otro lado, la interpretación médica elimina ese golpe de gracia a Platón. Incluso cabría pensar que Aristóteles mismo le está dando la razón al rechazar la poesía, porque ésta consistiría en la estimulación de la dimensión sensible del ser humano. No obstante, la objeción que Aristóteles le haría a Platón a este respecto se basaría en una concepción monista del ser humano; a saber, que la estimulación de la dimensión sensible no es proporcional al detrimento de la dimensión racional, sino que hay una correlación entre ambas esferas y el enriquecimiento de una de ellas mejora la dimensión de la otra.
Finalmente, la interpretación médica de la catarsis nos sirve para llevar a cabo una reflexión acerca del reciente auge de las series de ficción, el cual se extiende a una gran parte de la población occidental. La catarsis en este sentido ha sido considerada como el principal aliciente a la hora de que se produzca este consumo masivo en la sociedad. A este respecto, se ha señalado la pérdida de su efectividad en el mundo contemporáneo. Si en Aristóteles era concebida, en base a esta interpretación, como una tensión y descarga de emociones que purificaba, en la actualidad se ha perdido este efecto purificador. Y es que el sobreabuso de esta experiencia catártica se nos presenta en un contexto donde el principal impulso de búsqueda de dicha experiencia no es la experiencia misma, sino la negación de la vida.
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