1. Teorías minimalistas de la verdad y lenguaje
En filosofía del lenguaje y del conocimiento, las teorías deflacionistas son aquellas que ciñen la posibilidad del significado a determinados roles que los términos pueden desempeñar en el marco de un enunciado. Son una respuesta diametralmente opuesta a las teorías inflacionistas o ampliatorias de la verdad, que la consideran un predicado que puede ser atribuido o que caracteriza a determinado tipo de entidades.
En este marco deflacionista se inscribe, por ejemplo, la teoría de Paul Horwich (1990) sobre la verdad, que el mismo autor define como una teoría minimalista. En esta se postula que la verdad tiene cierta capacidad de reconocimiento a partir de su propia existencia, que se esgrime en un esquema o razonamiento del tipo "p es verdadera si y solo si p", que plantea una diferencia radical con los tipos de teorías que, para hablar de la verdad, suelen recurrir a propuestas del tipo "p es verdadera si y solo si x" donde x es necesariamente distinto de p (Zárate 2010). Los argumentos que apoyan este tipo de razonamiento están directamente vinculados con su valor de utilidad y con la evidencia empírica de que es el tipo de razonamiento que tendemos a usar para generar conocimiento de manera regular.
Es decir, la relevancia y utilidad de este tipo de argumentos está fuertemente vinculada a las bases del pragmatismo filosófico clásico de autores como Peirce, Dewey o James (Barrena 2014), que con mayor o menor variedad, tienden a distanciarse de los debates gnoseológicos más propios de la filosofía europea, en especial la continental, y apuntan a desmitificar la idea trascendente de "verdad" en pos de una definición más naturalista de la misma.
La posibilidad de alejarse de la verdad como un fenómeno autárquico e independiente de los enunciados lleva a la verdad a un terreno donde se ve confrontada y relacionada con múltiples variables contextuales y complejas, tal como es el terreno del discurso. Aquí, la verdad se verá supeditada a otras variables de interés y de alguna manera será subsidiaria de ellas, generando una polisemia extremadamente polémica, en el marco de la cual muchos grupos tenderán a disputarse la verdad en el universo del discurso (Zapico 2020).
Cuando esto sucede, como se ve hoy día, las consecuencias son lamentables en términos de discusión o polémica. Dado que se tiene una cantidad de fenómenos más o menos constante, pero se tienden a dicotomizar las interpretaciones y representaciones de ellos en funciones de ideas concebidas a priori de lo que es verdadero. Es decir, en redes sociales por ejemplo, se da un debate donde la verdad pareciera tener una naturaleza trascendente, pero los hechos a los cuales los enunciados refieren parecen referir más a una verdad como cuestión de uso (Zapico 2019). Sin embargo, rara vez las partes interesadas en monopolizar la verdad en el universo del discurso señalan esta diferencia, más bien hacen (de manera probablemente intencional) como que la verdad es una cuestión de hecho, pero añadiendo elementos de juicio de valor como soporte de una verdad supuestamente trascendente aunque imposible de contrastar por sus propios usos.
Si dichas consecuencias fueran las únicas quizá no habría que poner mayor atención al asunto, pero este corrimiento o mezcla que se realiza entre distintas concepciones de verdad simultáneas llegan a afectar a los individuos incluso en cuestiones personales. Por ejemplo, la posmodernidad primero, y el advenimiento de la posverdad después, han buscado poner en tela de juicio o relativizar precisamente la trascendencia del término "verdad", lo que ha generado muchas hipótesis sobre conceptos que han tendido a estar institucionalizados (Nebot 2017).
Sin embargo, no se han conformado nuevos para reemplazar los anteriores, sino que se ha tendido más bien a una visión de flujo crítico o revisionismo constante. Esta actitud, que puede ser útil para el investigador consumado o el pensador más sistemático, ha demostrado no ser útil en términos de felicidad y satisfacción personal, puesto que tiende a confrontar con ciertas maneras ya definidas neurológicamente para establecer toma de decisiones (Lázaro 2006; Bisquerra 2015). Esto se debe a que el individuo se ve confrontado con estímulos e ideas contradictorias de manera constante. Por un lado, se lo incentiva a cuestionar constantemente categorías o ideas, pero al mismo tiempo, la tendencia natural del ser humano es precisamente a constituir ideas o categorías más o menos fijas, como ha sido ampliamente probado en estudios antropológicos, sociológicos, psicológicos y neurológicos. Es decir, pareciera ser que la constante incertidumbre no es compatible con el funcionamiento gnoseológico del ser humano, lo que se comprueba precisamente con lo esforzado y elaborado que resulta para un no experto adentrarse en los terrenos de las teorías que cuestionan o problematizan lo instituido.
Precisamente las teorías más minimalistas de la verdad pueden subsanar este tipo de incongruencias, y dar una base sólida de pensamiento al individuo a efectos de poder desarrollar una teoría personal sobre las cosas que le rodean sin necesidad de tener que entrar en la tensión de cuestionar las cosas que tiende a percibir como intuitivamente verdaderas, pero reconociendo al mismo tiempo la arbitrariedad y naturaleza pragmática de todo tipo de verdad, colocando su espacio en el universo del discurso y no en el de la realidad.
2. La forma A=A en filosofía del lenguaje
La forma A=A ha sido abordada en el área de filosofía del lenguaje por distintos autores (Putnam 1981; Russel 1986; Frege 1991, entre muchos otros). Sin embargo, suele haber un acuerdo entre ellos respecto de que es la forma más representativa de identidad, y es una forma lógica que por su construcción resulta poco problemática. Enunciados del tipo "un gato es un gato", "el amor es el amor", "yo soy yo", forman parte de este esquema en el cual se garantiza la integridad de un enunciado, al afirmar que un enunciado es igual a sí mismo.
Naturalmente, se han realizado ciertos cuestionamientos a este tipo de enunciado, en especial al abordar pronombres deícticos o con elementos referenciales que son variables de acuerdo con el contexto de enunciación. Es decir, algunos autores (Seligman y Moss 1997) han cuestionado la utilidad de un enunciado del tipo "yo soy yo" si la referencia necesariamente varía de acuerdo con el enunciador, cosa que no varía en el caso de que se afirme "un gato es un gato".
No obstante, es tipo de críticos vienen más del lado de la pragmática lingüística, y se relacionan necesariamente con contenido vinculado a generar referencias. Es decir, la crítica solo es válida en el marco de la teoría de la referencia, y aunque se la realice, en ningún momento se ve afectada la integridad lógica y capacidad generadora de enunciados verdaderos del enunciado principal. Es decir, lo que los críticos manipulan en este caso es que en realidad el enunciado correcto es "yo es yo", pero tiende a ser interpretado a través de la conjugación del verbo por cuestiones convencionales. Este tipo de detalles es determinante, dado que queda más claro cuando se lo enuncia de la última forma que el cambio de referencia no afecta para nada la verdad formal del enunciado, todo lo contrario, la refuerza y demuestra su versatilidad contextual.
Más allá de lo señalado, lo relevante del enunciado de identidad, es que es de los pocos enunciados que nunca podrá ser falso bajo ninguna circunstancia y prácticamente en ningún entorno. Reemplace por lo que se reemplace el término, siempre estará garantizada la verdad del enunciado. Es por ello que Horwich y otros minimalistas como Alvisu suelen apelar como fundamento de sus teorías a este tipo de enunciados, dado que tienen el peso de auto evidencia. Es decir, llevan consigo implícitos la garantía de que aunque la referencia del enunciado sea completamente falsa, el enunciado como tal siempre será verdadero. En términos homologados de creencias, lo que yo creo siempre será lo que yo creo, pues en el momento en que dejo de creerlo, deja de ser lo que creo, manteniendo siempre las creencias de uno mismo sobre el mundo idénticas a las creencias de uno mismo sobre el mundo.
3. Breve revisión del término identidad personal
Por otro lado, la identidad personal es un tema harto revisado y estudiado por una gran cantidad de disciplinas. Este concepto como tal ha atravesado por una gran cantidad de definiciones y discusiones en términos filosóficos, entre los que podrían referirse el problema de la continuidad de la substancia, el de la continuidad de la conciencia, aquellos vinculados a las teorías del yo y los relativos a las teorías del ser. Por fuera de esto, en las últimas décadas el tema de la identidad ha recibido una atención extremadamente importante (Alsina 2006; Bermejo 2012; Martínez 2013), pues las identidades como tal han tendido a multiplicarse, y se han visto aparecer una gran cantidad de etiquetas lingüísticas que pretenden referir a identidad nuevas, o que en su defecto siempre habían estado ahí pero antes no habían tenido la oportunidad de ser nombradas.
Subyacente a esta concepción más bien posmoderna de la identidad, está necesariamente la premisa de que el lenguaje da forma a la realidad como tal. No es raro que se escuche esgrimir la frase ya algo trillada y de dudoso contraste "lo que no se nombra no existe", que por fuera de su incongruencia lógica (si algo se nombra, significa que antes no había sido nombrado, sin embargo, para que algo sea nombrado, necesita substancia, porque, si no, no hay un algo a lo que nombrar por primera vez, por ende lo que no se nombra existe, pero efectivamente no se nombra), también tiene problemas de incongruencia pragmática. Si fuera verdadera, no debiera existir realidad alguna antes del ser humano; y si se busca aplicar al ámbito social, todas estas identidades no reconocidas antes no podrían haber tenido existencia en términos de sustancia, y necesariamente la han tenido, puesto que existían antes de ser nombradas, lo que fue condición necesaria para que exigieran una manera de que se los nombre, lo que ya los hace portadores de discurso y existencia incluso en sus mismos marcos teóricos.
Los problemas en términos de identidad personal relacionados con estas posturas (que por otro lado se les reconoce su valor crítico, aunque no sus aplicaciones indiscriminadas y poco sistematizadas), es que le quitan nuevamente a la identidad una de sus características inherentes por definición en el ser humano, que es la constancia. Es decir, al revisar los debates filosóficos por el tema de la identidad, muchos precisamente buscan explicar algo que es evidente, que las personas se reconocen como si mismas a lo largo del tiempo, pese a que hay en más de un aspecto una interesante abanico de cambios. El afán de la deconstrucción, nuevamente parece enfrentarse con la pared de cierta tendencia humana a la constancia y a lo regular, lo que tiende a generar nuevamente este problema de la verdad escindida. Por un lado, se le dice a la gente que cuestione su identidad, bajo los argumentos de que esta es construida socialmente, y por ende susceptible de cambiar; pero al mismo tiempo, por variables neurológicas y de desarrollo (salvando en casos de esquizofrenia, trastorno disfórico de la personalidad o trastorno de identidad disociativo), esta tenderá a ser constante, puesto que la gente tiende a poder reconocerse a sí misma como tal y diferenciarse de otros seres humanos.
Ahora bien, ¿Cómo una teoría minimalista de la identidad puede resolver esta aparente tensión, sin llegar a perder el carácter crítico pero sosteniendo a su vez el carácter intuitivo de la identidad?
4. A=A como punto de partida para una teoría de la identidad
A partir de este tipo de enunciado minimalista, sostenemos que se puede desarrollar una teoría de la identidad personal que sostenga las características señaladas anteriormente. Esta teoría de la identidad, parte de solo un enunciado, dos supuestos, y una distinción. El enunciado principal del que parte es "Yo soy Yo" que se postula como enunciado base puesto que es una verdad autoevidente con la que prácticamente cualquier lector estará de acuerdo (o quizá la mayoría, lo que es suficiente), que se parafrasea como "Yo soy igual a mí mismo", que trae como necesarios dos supuestos. Un primer supuesto, de que uno es sí mismo y es capaz de reconocerlo, y otro supuesto de que hay una gran cantidad de cosas que no son yo y soy capaz de identificarlas como distintas de mí mismo. Si se cumplen los dos supuestos, se puede realizar la siguiente derivación.
.A=A (A es A, principio de identidad)
.A=A se parafrasea como A es igual a sí mismo; dado que A es A
.A es igual a si mismo se parafrasea como A sabe que es igual a si mismo
Esto es básicamente el principio de identidad personal, que constaría simplemente de tener la certidumbre de que uno es uno mismo. Es, entre otras cosas aunque fundamentalmente, reconocer los límites de su propia corporalidad y reconocer su propia conciencia que es distinta de la de los demás objetos del mundo. Este enunciado que parece en sí escueto, encierra también otro fundamento importante de la identidad personal, que es que no depende de lo que digan terceros o señale el tejido social. Puede parecer contra intuitivo, pero se ha estudiado con mucha evidencia ya que la conciencia de sí, los niños son capaces de desarrollarla sin la necesidad de que alguien se los diga o señale, es decir, la identidad personal entendida como se postula en este artículo parece ser parte de la naturaleza humana. No se necesita de un "otro" para tener una existencia, como tampoco se necesita "ser nombrado" para tenerla, y esto es muy relevante dado que ante la pregunta ¿Quién sos? (que por otra parte es una pregunta irrelevante, dado que en su misma forma sintáctica ya está diciendo al otro quien es, es aquel al que está dirigida la pregunta), cualquiera puede responder con total confianza "soy yo" y queda claro que la respuesta lejos de ser una tautología es muy relevante, pues el enunciador aporta información obvia pero que el que pregunta desconoce (ya sea como estrategia discursiva para hacer dudar al interlocutor, o por desconocimiento legítimo), dado que si no lo desconociera no preguntaría. Al librarse de la tiranía del discurso o de la sociedad, el individuo da un primer paso hacia la autonomía al reconocer su propia conciencia.
Esto vuelve imperativo, para que la teoría explique correctamente fenómenos, introducir la idea de identificación. Se la puede definir como la pertenencia a una categoría creada artificialmente en el lenguaje, a partir de la posibilidad de saturar dicha categoría
A cualquier individuo, se le pueden atribuir (de manera artificial) todo un conjunto de características. Por ejemplo, de un individuo X se puede decir "mide 1,85 metros". Nótese bien la forma de enunciarlo, puesto que medir 1,85 metros no es un rasgo inherente a la identidad personal de X, sino que es más bien un rasgo atribuido. Esto queda claro en la medida de que encontraremos al menos más de una persona que mida 1,85 metros, lo que significa que esta categoría no cumple de ninguna manera la premisa de nuestro enunciado A=A. Estrictamente hablando ni siquiera es un rasgo de X medir 1,85 metros, puesto que dichas nociones no existen como tal fuera del discurso, lo único de lo que tenemos garantía es de que X es sí mismo.
La atribución de características a partir de saturación de categorías es lo que denominamos Identificación, y es a partir de esta que desarrollamos la mayor cantidad de descripciones sobre los objetos del mundo. X tiene un conjunto de rasgos (R1, R2, R3, Rn…) apreciables, pero que como tal no le son inherentes. A la vez, socialmente hablando las categorías (C1, C2, C3, Cn…) se conforman como un conjunto de rasgos también apreciables. De esta forma, la intersección entre el conjunto X y los conjuntos C será lo que determinará que socialmente se atribuyan características a los individuos, por superposición de conjuntos. Este proceso de identificación determinará lo que más canónicamente se entiende como identidad, y tiende a mezclarse como lo que proponemos en este artículo como identidad personal. Cuando hablamos de identificación, estamos pensando en la pregunta ¿Cómo sos? La respuesta será precisamente un conjunto de categorías socialmente compartidas.
La posibilidad de realizar esta distinción es postulada como relevante en la medida que consideramos necesario que los individuos reconozcan una autonomía en la identidad que suele ser intuitivamente autoevidente para ellos mismos. En el marco de una sociedad llena de discursos, donde constantemente se ponen en disputa categorías, con categorías de verdad insuficientes, una de las maneras de salvar al individuo de los grandes discursos hegemónicos y de la homogeneización cultural es precisamente mantener la garantía que otorga un principio tan sencillo como decir "yo soy yo".
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