1. A manera de introducción
Actualmente, tal como señala Martínez Ruíz (2015), la tecnología configura el medio para acceder, generar, compartir y consumir información, así como, para establecer o mantener relaciones sociales, familiares y laborales. En este sentido, Prefasi Gomar y otros (2010), refieren que los beneficios derivados del avance tecnológico son los siguientes: establecer contacto de manera inmediata pese a la distancia, acceder a oportunidades laborales y a teletrabajo; así como, incorporar nuevas formas de aprendizaje.
Sin lugar a duda, la educación se beneficia de los avances tecnológicos. El empleo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (en adelante, las TIC), entendidas como herramientas que facilitan la adquisición del conocimiento, pues están presentes en el desarrollo de la información y en la transmisión de la misma (Pascuas-Rengifo y otros, 2015); posibilitaron la aparición de la educación virtual, término que, de acuerdo con Africano Gelves y Anzola de Díaz (2018), alude a un tipo de educación mediada por el empleo de Internet, educación que tiene por objetivo la obtención, la interacción y la construcción del conocimiento, y se caracteriza porque el tiempo empleado y el aprendizaje obtenido dependen del compromiso puesto por el sujeto que aprende.
Así las cosas, la educación virtual facilitaría el acceso al proceso de enseñanza-aprendizaje puesto que rompe con las barreras del tiempo y el espacio; se adapta a las características particulares de quien aprende, fomentando su interés y motivación por lo que aprende; además, ofrece posibilidades de interacción digital entre el docente, el estudiante y los contenidos de aprendizaje. En otras palabras, la educación virtual posibilitaría la universalización, la equidad, la personalización y la participación; es decir, mejoraría la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje (Temesio Vizoso 2016).
Llegados a este punto, y considerando los beneficios expuestos con antelación, cabe preguntarnos: ¿La educación virtual contribuye a la inclusión de estudiantes que presentan discapacidad intelectual? Pregunta que guiará las líneas que se expondrán a continuación.
2. Una mirada hacia la discapacidad intelectual e inclusión educativa
La evolución histórica que sigue el concepto de discapacidad intelectual, de acuerdo con Galvis Restrepo y Lopera Murcia (2018), es la siguiente: en la antigüedad, la discapacidad intelectual se asocia con la amnesia; tiempo después, durante la edad media, su denominación cambia a morosis; en los siglos XVIII y XIX, con la aparición de la psiquiatría y la psicología, se reconoce como imbecilidad; en la primera mitad del siglo XX, dado los influjos de la psicometría, se utiliza el término deficiencia mental; mientras que, en la segunda mitad del mismo siglo, con el surgimiento y avance de los modelos constructivistas, emerge el concepto de retraso mental; no es sino hasta iniciado el siglo XXI, que adquiere su denominación actual y esto se atribuye a la visión holística que parte de los modelos cognitivos.
En este sentido, la discapacidad intelectual se refiere a un trastorno caracterizado por la presencia de limitaciones significativas en el funcionamiento intelectual y en la conducta adaptativa, así como, por la aparición de los signos y síntomas asociados a estas limitaciones durante la etapa del desarrollo (antes de los 18 años).
Los signos y síntomas, siguiendo a Antequera Maldonado y otros (2014), y a la Asociación Americana de Psiquiatría (2014), se manifestarían en el lenguaje, dependiendo de la gravedad de la discapacidad intelectual, la persona presentará desde mínimas dificultades hasta incapacidad para desarrollar este dominio; en la percepción, existen dificultades manifiestas para percibir y reaccionar ante estímulos externos; en la cognición, se evidencia afectación de la capacidad de análisis, razonamiento, comprensión y cálculo; en la atención y en la memoria, suelen mostrar escasa capacidad para focalizar su atención en el mismo estímulo durante un periodo de tiempo prolongado, así también se demoran mucho tiempo en recordar un acontecimiento; en la emoción, las personas presentan dificultades para identificar, expresar y controlar sus emociones; en el movimiento y en la conducta, pueden presentar movimientos torpes o excesivos y comportamiento agresivo e impulsivo.
En este contexto, se entiende que las ya mencionadas limitaciones, ponen en riesgo el desarrollo adecuado y óptimo del proceso de enseñanza-aprendizaje que siguen los estudiantes que presentan discapacidad intelectual; ante lo cual, la manera de responder a sus demandas y satisfacer sus necesidades, se encuentra en la asunción de una perspectiva inclusiva en educación.
Al respecto, de manera concomitante a la evolución descrita del término discapacidad intelectual, se sucedieron una serie de cambios que llevaron a la sociedad y a la educación de una posición de exclusión a una de inclusión. A decir de Madrid Vivar y otros (2010), existen cinco periodos que nos permiten describir este proceso evolutivo, a saber, son los siguientes: primero, la sociedad se divide en estratos y el acceso a la educación se limita a las esferas socioeconómicas consideradas altas; segundo, se generan instituciones de atención a personas con discapacidad que tienen un carácter institucional-asistencial; tercero, se crean instituciones educativas para personas que presentan discapacidad, a la par, se desarrollan métodos pedagógicos y estrategias didácticas específicas para contribuir en su proceso educativo; cuarto, se individualiza la educación en función de las diferencias que presentan los educandos; y, quinto, se busca garantizar la calidad de la educación, a partir de la atención que se brinda a los procesos cognitivos, intereses, necesidades y expectativas de los estudiantes.
Entendemos que el periodo inicial se corresponde con la etapa de exclusión educativa, las personas con discapacidad no podían acceder al sistema de educación; por otra parte, ubicados en el segundo y tercer periodo (etapa de segregación), se hacen visibles las necesidades que presentan las personas con discapacidad, por lo cual, para satisfacer las mismas, se crean instituciones de corte médico-asistencial y después otras de tipo educativo; la etapa de integración, emerge en el cuarto periodo y se caracteriza porque los estudiantes con discapacidad son acogidos en el sistema educativo, sin embargo, ellos deben adaptarse al mismo; por último, en el quinto periodo, surge la etapa de inclusión, en la que el sistema educativo es el que se adapta con el objetivo de brindar una educación de calidad a todos sus estudiantes.
Respecto a la inclusión educativa, habremos de señalar, de acuerdo con Corona Gaona y otros (2017), que no se trata de una empresa fácil, pues requiere, en primer término, la voluntad de ejecutarla; así como, una formación docente e institucional sólida y previa que permita adecuarse a la diversidad de estudiantes y dar respuesta a sus necesidades particulares. Solo en este contexto se garantizará el derecho a una educación de calidad para todos y todas (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura 2005).
Por tanto, una escuela inclusiva sería aquella que pretende eliminar las barreras y limitaciones, a partir de la comprensión de que todos los discentes tienen derecho a participar de las mismas actividades escolares, así como de tener acceso a las mismas oportunidades, construyendo de esta manera una escuela, en verdad comprensiva, para todos (Azorín Abellán 2013).
Una vez que hemos abordado a la discapacidad intelectual y a la inclusión, resulta pertinente adentrarnos en la temática central del presente ensayo, misma que gira en torno a las ventajas, limitaciones y retos que brinda la educación virtual en la inclusión de estudiantes con discapacidad intelectual.
3. Sobre educación virtual, discapacidad intelectual e inclusión
A finales de 2019 e inicios de 2020, la pandemia de enfermedad provocada por el coronavirus generó el cierre de las actividades educativas presenciales en varios países, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2020), en más de 190. En este contexto, la educación virtual se convirtió en el vehículo que posibilitó a la comunidad educativa (estudiantes, docentes, padres de familia, personal administrativo y de servicios) continuar con su quehaceres laborales y escolares; puesto que, el acceso a servicios virtuales de educación permite romper con las barreras del tiempo y el espacio.
Tal como indican Hilera y Hernández (2013), en este tipo de educación, desaparece la necesidad de traslado físico hacia los espacios escolares, relativizando de esta manera el estado de exclusión en la que se encuentran muchos estudiantes en situación de discapacidad. Es necesario señalar, respecto a los discentes con discapacidad intelectual, la presencia de dificultades en la orientación y estructuración espacial; así como, en la ubicación temporal (Alonso 2017); por lo cual, a mayor severidad en el trastorno mayor dependencia interpersonal en torno a estos aspectos. Encontramos en esta ruptura espaciotemporal una primera ventaja ofrecida por la educación virtual en el proceso de inclusión; pero, no es la única.
A saber, la educación virtual, de acuerdo con Martínez Ruíz (2015); y, Pascuas-Rengifo y otros (2015), se adapta al ritmo y estilo de aprendizaje de los estudiantes. Aspectos importantes en el trabajo con educandos que presentan discapacidad intelectual, pues al mostrar dificultades tanto para focalizar y mantener su atención como para recordar información, su ritmo de aprendizaje tiende a ser más lento que el de su grupo de pares; además, las herramientas tecnológicas facilitan la presentación de los contenidos de aprendizaje de forma visual, textual, auditiva y sobre todo interactiva, lo que da respuesta a los estilos de aprendizaje (visual, auditivo o kinestésico).
En complemento, la posibilidad de repetir los contenidos presentados en diferentes formatos (textual, visual, auditivo e interactivo) permite consolidar los aprendizajes y, de acuerdo con Díaz Gandasegui (2013), la generalización y aplicación de lo aprendido en situaciones diversas en el mundo real. La educación virtual, por tanto, permitiría que el aprendiz con discapacidad intelectual, en un entorno seguro, practique sus habilidades, repita los ejercicios y aumente su grado de dificultad hasta alcanzar un nivel apropiado de rendimiento (Galvis Restrepo y Lopera Murcia 2018).
Sumado a lo anterior, el hecho de tener acceso a información en cualquier momento, promoverá el desarrollo en el estudiante del interés por aprender, así como, de su autonomía en este proceso (Pascuas-Rengifo y otros 2015). Lo que, como es lógico, tendrá repercusiones a nivel emocional y motivacional. Algunas de las dificultades a las que nos enfrentamos al trabajar con discentes con discapacidad intelectual, justamente están relacionadas con las emociones; que, dado el estigma que lleva el diagnóstico de discapacidad intelectual, sumado a las limitaciones en las capacidades de abstracción, razonamiento, cálculo, etc. tienden a ser negativas, provocando un decremento en su autoestima y en su motivación por aprender.
Así las cosas, la educación virtual abre la posibilidad de presentar los contenidos de aprendizaje de forma interactiva y, hasta cierto punto, recreativa; podemos utilizar juegos (Pascuas-Rengifo y otros 2015) o blogs (Azorín Abellán 2013) para impartir nuestras clases; lo que, incrementará la atención y motivación del estudiante en el proceso de aprendizaje; además, al graduar la dificultad de los contenidos y ofrecer más o menos ayudas, garantizamos, por un lado, que el estudiante comprenda lo que debe hacer y, por otro, que lo haga hasta finalizar; por tanto, contribuiremos a una mejora en su autopercepción y autoestima, en general, en su estado de ánimo.
Estos serían algunos de los beneficios proporcionados por la educación virtual a estudiantes con discapacidad intelectual desde una perspectiva individual; sin embargo, recordemos que el proceso de enseñanza-aprendizaje tiene implicaciones sociales. En este sentido, Africano Gelves y Anzola de Díaz (2018), enfatizan en el hecho de que la educación virtual es un proceso social; y, como tal, su objetivo último es el desarrollo, la interacción y la construcción del conocimiento a partir del intercambio de pensamientos y experiencias entre los actores involucrados en el proceso.
En los entornos virtuales de aprendizaje, Díaz Gandasegui (2013), nos indica que se modifican los roles atribuidos al docente y a los estudiantes. El docente se convierte en un mediador empático, proactivo, comunicativo y sociable que desarrolla ambientes armónicos de aprendizaje; mientras que, los estudiantes trabajan de forma cooperativa en la búsqueda de información y en la construcción del conocimiento a fin de cumplir con los objetivos académicos planteados (Africano Gelves y Anzola de Díaz 2018).
De ahí que, el uso de herramientas digitales (chats, foros o edublogs) permitan que el docente mantenga una relación cercana con sus estudiantes; y, a la vez, que estos puedan interactuar con el resto de sus compañeros (Azorín Abellán 2013; Pascuas-Rengifo y otros 2015; y, Temesio Vizoso 2016). Estas posibilidades solventan, en estudiantes con discapacidad intelectual, las dificultades relacionadas con la elaboración y expresión de ideas y pensamientos, pues pueden tomarse un tiempo, siempre necesario, para percibir, entender, razonar y elaborar una respuesta antes de emitirla; a la vez que, tal como señala Cluine (2008), la interacción con sujetos procedentes de grupos socioeconómicos y culturales disímiles desarrolla el aprecio y respeto por la diversidad.
Referente al respeto por la diversidad, Díaz Gandasegui (2013), menciona que, el empleo de avatares en educación virtual puede contribuir con este fin. Los avatares brindan la posibilidad de presentar la realidad en la virtualidad; se podrían plantear y desarrollar actividades en las que estudiantes que no son de inclusión lo sean en el mundo virtual, a fin de incrementar su nivel de empatía asociada a la discapacidad.
En acotación, otra de las posibilidades que nos ofrece la educación virtual, y el desarrollo tecnológico asociado a esta, es la de promover la interacción entre la institución educativa y otros grupos sociales. El empleo del correo electrónico, mensajería digital (chats), blogs y foros facilitan el establecimiento de una relación cercana entre el docente, los estudiantes y sus familias, de modo que, todos estos agentes educativos se involucren y comprometan en el proceso de aprendizaje; aspecto fundamental para proporcionar una educación de calidad a los estudiantes con discapacidad intelectual.
En este sentido, Díaz Gandasegui (2013), señala que, la educación virtual permite que los apoyos que reciben los estudiantes con discapacidad intelectual, tanto los que proviene de profesionales de la institución educativa como de otros externos a la misma, se puedan realizar sin que estos estén presentes físicamente, lo que eliminaría las etiquetas y los estigmas asociados a estos profesionales y a la discapacidad intelectual, sin que dejen de ejecutar su necesaria labor.
A partir de lo expuesto, entendemos, siguiendo a Torres (1990) (como es citado en Navarrete Mendieta y otros 2020), que la educación virtual permite economizar tiempo y esfuerzo en el proceso de aprendizaje; así como, introducir formatos interactivos que aumenten la motivación y posibiliten la focalización y mantenimiento de la atención, lo que prepararía al estudiante con discapacidad intelectual para un aprendizaje autónomo, permanente y creativo; mientras que, al docente le facilitaría el proceso de evaluación, mismo que será dinámico, continuo y objetivo. Podemos añadir que, contribuye en el desarrollo de una necesaria relación y posibilita la interacción entre docentes, estudiantes, familiares y otros profesionales.
Hasta este punto hemos abordado las ventajas que nos ofrece la educación virtual como un elemento promotor de la inclusión en el proceso de enseñanza - aprendizaje; sin embargo, como veremos a continuación, también presenta algunas limitantes; mismas que, podrían incrementar la brecha digital, que de acuerdo con Felicié (2003), supone la diferencia entre personas, grupos, países y regiones que tienen oportunidades para acceder y usar las tecnologías de la información y la comunicación de forma cotidiana, y aquellas que no. Puntualizamos que nos estaríamos enfrentando a una forma de exclusión social y educativa.
La educación virtual como se señaló en apartados anteriores alude a un tipo de educación mediada por el Internet (Africano Gelves y Anzola de Díaz 2018), a partir del uso de dispositivos electrónicos (celulares, tabletas, computadores u otros), mismos que posibilitan la interacción a distancia en tiempo real, o no, entre el estudiante, el docente y el contenido de aprendizaje. En este sentido, encontramos una primera limitante, no todos los estudiantes tienen acceso a servicios de Internet o a dispositivos electrónicos; y, a pesar de poseerlo, tal como señalan Aguirre Martínez y otros (2018), los escolares con discapacidad intelectual manifiestan dificultades al momento de procesar la información en la virtualidad, específicamente para comprender y seguir instrucciones. Empero, no son las únicas limitantes.
En el trabajo con discentes con discapacidad intelectual la retroalimentación constante, en un marco relacional positivo, es imprescindible; sin embargo, en el contexto de la educación virtual, al no poder observar directamente el desempeño en la ejecución de las tareas, pues las interacciones mediadas por el computador tienden a ralentizarse y distorsionarse, debido a caídas en la señal de Internet, apagones de luz, interrupciones sociales u otros infortunios; este proceso se ve suspendido, lo que generará, siguiendo a Álvarez-Hevía y Figares Álvarez (2020), una sensación de lejanía poco estimulante tanto para el estudiante como para los docentes.
Además, de acuerdo con los autores citados previamente, el alejarse del aula física, de la interacción con el otro, de los horarios fijos y de las actividades grupales tendrá repercusiones negativas a nivel afectivo y social en los estudiantes con discapacidad intelectual. Más aún, si reconocemos, tal como señalan Munévar García y otros (2015), que, si bien las TIC son un puente que promueve la comunicación, en muchas ocasiones, este intercambio se realiza a un nivel de participación, más no de interacción.
Sin embargo, Leiva (2013), va más allá y nos subraya en el hecho de que lo que encontramos en la virtualidad responde al principio de placer y no al de realidad; por cuanto, en los periodos de la niñez y de la adolescencia podría el psiquismo no ser capaz de diferenciar aquello subjetivo, que proviene del mundo interior, de lo objetivo, que es externo al mismo; por lo cual, se viviría en una realidad fantaseada. Esta teorización tendrá repercusiones importantes en el trabajo con discentes con discapacidad intelectual, recordemos que, existen una serie de estigmas que acompañan a este trastorno, así como, limitaciones a nivel de razonamiento y abstracción en quienes lo presentan, situaciones que podrían generar la búsqueda de placer en el entorno virtual, alejando al sujeto de la realidad; aunando este hecho, nos encontramos con que mientras se imparten clases virtuales, el docente es incapaz de saber lo que hace el estudiante.
Así las cosas, los dispositivos electrónicos, medios necesarios para desarrollar la educación virtual, facilitan el acceso a cuantos estímulos distractores podamos imaginar; por cuanto, el aprendiz con discapacidad intelectual tendrá dificultades aún mayores, que las derivadas del trastorno, para focalizar y mantener su atención en la explicación del docente, en el trabajo en clases, en la tarea en casa o en cualquier otra actividad académica. En consecuencia, los aprendizajes esperados, probablemente, no sean adquiridos.
Además, como se señaló la retroalimentación facilita la consolidación de los aprendizajes; sin embargo, para su generalización esta debe realizarse en diferentes contextos y seguir un proceso que parte de lo concreto hacia lo abstracto, de la manipulación física del objeto de aprendizaje hacia su representación gráfica o digital. Podríamos esperar que con la ayuda de la familia del estudiante solventemos estas dificultades; empero, en ocasiones, nos enfrentamos a contextos familiares que muestran de manera involuntaria, o no, escasa predisposición para involucrarse en el proceso de aprendizaje de sus hijos. Tampoco podemos esperar que cumplan con labores docentes, cuando tienen otras obligaciones que desempeñar (Álvarez-Hevía y Figares Álvarez 2020).
Por otra parte, es imprescindible generar contenidos accesibles para el aprendizaje de personas con discapacidad intelectual, dado que como Pascuas-Rengifo y otros (2015), señalan no todos los programas digitales se adaptan a los estudiantes. Lo cual, implica un esfuerzo a nivel tecnológico, por parte del docente, que va más allá del conocimiento sobre pedagogía y didáctica en discapacidad intelectual. Sobre todo, partiendo de las presuposiciones de que algunos profesionales, no todos, están escasamente familiarizados con el diseño de este tipo de contenidos, y que, en muchas ocasiones, ellos, y las instituciones educativas en las que laboran, no poseen las herramientas o apoyos necesarios para crearlos (Temesio Vizoso 2016).
Por tanto, podríamos concluir, de acuerdo con Lancheros y otros (2011); Martínez Ruíz (2015); y, Restrepo y otros (2014), que el uso de la modalidad virtual para educar a personas que presentan discapacidad intelectual puede tornarse negativa, en tanto, no se contemplen las diferencias individuales, familiares y sociales que marcan el modo en el que los estudiantes interactúan con los dispositivos y con la información que estos contienen. Es decir, las instituciones educativas se enfrentan al reto de generar contenidos virtuales hechos a la medida del o los discentes y de todas las circunstancias que los rodean; en otras palabras, de elaborar campus virtuales y recursos educativos accesibles.
De ahí que, se deba tener en cuenta aspectos como la usabilidad y accesibilidad en los elementos mencionados con antelación. Entendemos a la usabilidad como la facilidad y el grado de satisfacción que provoca, en el usuario, la interacción con el recurso educativo; mientras que, la accesibilidad se refiere a la capacidad del recurso para ser utilizado por el mayor número de personas (Gonzáles Soto y Farnós Miró 2009). Acotamos, por tanto, que en elementos como la página web o el aula virtual se pretendan niveles elevados de accesibilidad (los utilizan varios estudiantes); mientras que, en aquellos recursos utilizados para el desarrollo y evaluación de los contenidos curriculares (videos, textos, audios, juegos educativos, foros virtuales, tareas, cuestionarios u otros) se busque una elevada usabilidad enfocada en el estudiante con discapacidad intelectual. Claro está, buscar niveles elevados en una no implica descuidar a la otra.
Al respecto, podemos precisar, siguiendo a Galvis Restrepo y Lopera Murcia (2018), que conseguir lo antes mencionado obliga a la formación de equipos interdisciplinarios dentro de la institución educativa. Mismos que, se encarguen de actividades, tales como: el diseño pedagógico, que implica alinearse a un enfoque (conductista, constructivista, cognitivista u otro) y a partir de ello, elegir recursos, metodologías, actividades y formas de evaluación; el diseño gráfico y multimedia, mismo que tiene por objetivo la programación de una interfaz amigable e interactiva; y, el seguimiento, se deberá establecer un grupo de tutores que verifiquen continuamente el avance de los estudiantes (Gonzáles Soto y Farnós Miró 2009). En resumen, a más del equipo docente, se requiere un equipo técnico, otro pedagógico y otro de tutores para generar recursos educativos virtuales que sean accesibles.
Por otra parte, en el trabajo con educandos que presentan discapacidad intelectual, el cuerpo docente, apegándonos a lo expuesto por Restrepo y otros (2014), debe conocer, en profundidad, sobre discapacidad intelectual y educación inclusiva; así como, tener claro el perfil académico, social y familiar de sus estudiantes; además, sería imprescindible que sepa utilizar de manera adecuada las TIC; al igual que, desarrollar y aplicar adaptaciones curriculares; acotan, la importancia de que estas sean planteadas y ejecutadas sobre los elementos del currículo más no sobre el estudiante.
Al adaptar los elementos del currículo, el docente se encuentra ante la necesidad de mantener una relación cercana con familiares, otros docentes y especialistas. Por lo cual, debe estar en capacidad de reforzar la participación de padres o cuidadores primarios en el proceso educativo de sus hijos (Álvarez-Hevía y Figares Álvarez 2020) haciendo uso de cuanta herramienta digital tenga a su alcance; así como, de establecer alianzas con docentes de áreas académicas ajenas a su dominio y con profesionales especialista (psicólogos, terapeutas del lenguaje, estimuladores tempranos u otros) con el objetivo de desarrollar contenidos eficientes y precisos de un modo ágil.
En este sentido, la institución educativa y quienes la conforman deben garantizar, a más de sus actividades cotidianas, y de todas las relatadas en este documento, procesos de formación para padres y para profesionales (aquellos que colaboran con la institución) sobre el uso de herramientas digitales. Así como, visibilizar la discapacidad intelectual en la virtualidad, con el objetivo de que la comunidad educativa se empodere al respecto y desarrolle empatía y respeto en relación con la diversidad.
Por otra parte, es imprescindible formar a los estudiantes en el uso adecuado de los entornos virtuales que se emplean en el ámbito educativo y aquellos que no; recordemos que, en el contexto actual ante la globalización y masificación en el uso de TIC, tal como señalan Ruiz y Aguirre (2013), se requieren, más que consumidores, personas capaces de producir contenidos e información. Ante lo cual, los educandos con discapacidad intelectual deberán estar formados en actividades relacionadas con el pensamiento crítico, creativo y reflexivo; así como en el empleo de las TIC; sin olvidar, que tal como indica Díaz Gandasegui (2013), es necesario que sepan diferenciar lo virtual de lo real.
En definitiva, la consecución de lo previamente señalado, parte, de acuerdo con Africano Gelves y Anzola de Díaz (2018), de la capacidad de los agentes educativos para empoderarse del acto formativo virtual y considerarlo como una alternativa confiable y viable para alcanzar la inclusión; así como, de su predisposición para interactuar y socializar mediante herramientas tecnológicas. Solo de esta manera nos sentiremos motivados para responder a las necesidades de una población de estudiantes que es heterogénea; que ha sido excluida; con la que no tenemos contacto de forma física directa; para la cual debemos educarnos en utilización de TIC, en desarrollo de recursos digitales accesibles y usables, en pedagogía y didáctica, en elaboración de adaptaciones curriculares; y, por quienes debemos mantenernos en contacto docentes, familias y otros profesionales.
4. Unas palabras finales
"La 'educación virtual' (…) se perfila como una panacea (…) al ofrecer ampliar las oportunidades de acceso a los grupos sociales marginados o desatendidos (Nieto Göler 2012: 139). En este sentido, la educación virtual ofrece para la inclusión de estudiantes con discapacidad intelectual, entre otras, las ventajas que se enumeran a continuación.
Primero, permite adaptar el contenido académico al ritmo y estilo de aprendizaje del estudiante (Martínez Ruíz 2015; y, Pascuas-Rengifo y otros 2015). Segundo, facilita la interacción entre los miembros de la comunidad educativa mediante el empleo de herramientas digitales (Azorín Abellán 2013; Cluine 2008; Díaz Gandasegui 2013; Pascuas-Rengifo y otros 2015; y, Temesio Vizoso 2016) de forma sincrónica o asincrónica rompiendo, de esta manera, con las barreras témporo-espaciales. Tercero, ofrece recursos que se adaptan a las capacidades de los estudiantes y que admiten regular su grado de dificultad. Y, cuarto, los recursos se pueden presentar de forma lúdica o cooperativa (Azorín Abellán 2013).
Las posibilidades señaladas con antelación generarán un incremento en la autoestima de los estudiantes con discapacidad intelectual, pues se sentirán capaces de cumplir con el objetivo de aprendizaje propuesto; así como, en su motivación, en los niveles de atención; en general, su estado ánimo mejorará. Empero, consideramos que, a priori, la educación virtual no es una panacea, especialmente en procesos de inclusión.
Pues, el empleo de esta modalidad educativa con estudiantes que presentan discapacidad intelectual muestra limitaciones. Primero, no todos los estudiantes cuentan con acceso a Internet o con dispositivos electrónicos. Segundo, en caso de poseerlos tienen dificultades para comprender y seguir instrucciones en la virtualidad (Aguirre Martínez y otros 2018). Tercero, las interacciones mediadas por el Internet tienden a generar una lejanía poco estimulante para el proceso de aprendizaje, así como, el abandonar el aula física y sus interacciones tiene repercusiones negativas a nivel afectivo (Álvarez-Hevía y Figares Álvarez 2020). Cuarto, el docente es incapaz de saber lo que el estudiante hace al otro lado de la pantalla, además la inestabilidad de las redes de Internet dificulta el impartir clases y retroalimentar los contenidos de aprendizaje. Quinto, los docentes se encuentran escasamente familiarizados con el uso de las TIC para adaptar recursos educativos digitales (Temesio Vizoso 2016). Sexto, la virtualidad puede convertirse en el vehículo que aleje al estudiante de la realidad (Leiva 2013). Y, séptimo, la familia de forma voluntaria o involuntaria puede abstraerse de participar en el proceso educativo por este medio (Álvarez-Hevía y Figares Álvarez 2020).
En este contexto, podemos señalar que la inclusión educativa va más allá de permitir el acceso al proceso de enseñanza aprendizaje; pues, centra sus esfuerzos en garantizar una educación de calidad y esto se consigue cuando el sistema educativo responde a las necesidades de los educandos, promueve sus potencialidades, se adapta a sus intereses, los acompaña a lo largo del proceso e implica a diversos agentes en el transcurrir del mismo. De ahí que, de acuerdo con Pérez Cardoso y otros (2018), la educación virtual inclusiva debe construirse a partir de un proceso de investigación a nivel psicológico, pedagógico y sociológico. Para cuya consecución se presentan una serie de retos.
En primer término, se requiere que las instituciones educativas formen equipos interdisciplinarios (Galvis Restrepo y Lopera Murcia 2018) enfocados en la creación de entornos de aprendizaje y contenidos educativos digitales que cuenten con un nivel elevado de usabilidad y accesibilidad. Además, los docentes deberán participar de manera constante en procesos de formación relativos a discapacidad intelectual, educación inclusiva y manejo de las TIC (Restrepo y otros 2014). Así también, a las familias (Álvarez-Hevía y Figares Álvarez 2020) y demás miembros de la comunidad educativa les corresponde comprometerse y participar en el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje. En este sentido, desde la institución educativa, resulta oportuno promover procesos de formación en manejo adecuado de las TIC a los que puedan asistir miembros de la comunidad educativa. Por otra parte, ante la necesidad de formar estudiantes creadores de contenido (Ruíz Méndez y Aguirre Aguilar 2013), convendría facilitar espacios para que los discentes con discapacidad intelectual desarrollen un pensamiento, critico, creativo y reflexivo.
Enfrentando y superando los retos antes mencionados la educación virtual permitirá el acceso al sistema educativo y a la alfabetización digital (Navarrete Mendieta y otros 2020) de estudiantes con discapacidad intelectual. Sin embargo, consideramos que existe un reto que implica mayores esfuerzos por parte del sistema educativo y de los países en general, nos referimos a la deprivación socioeconómica; misma que, contribuye al incremento de la brecha digital entre personas, comunidades, países y regiones.
Si como sociedad global, no la resolvemos, será difícil que la educación virtual sea en verdad inclusiva. Además, cabe señalar que, la interacción física de persona a persona; misma que facilita en estudiantes con discapacidad intelectual el desarrollo de habilidades sociales, comunicativas, motrices y cognitivas; difícilmente será reemplazada por un aparato electrónico. Ante lo cual, nos permitimos concluir que la educación virtual, desde de su desarrollo actual, en cuanto a procesos de inclusión para estudiantes con discapacidad intelectual, debería ser empleada como un complemento a la educación presencial física.
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