«Es un pueblo que vindica la falsedad, autor de matanzas y enemigo de la verdad, acerbo perseguidor de nuestra fe.»
Máximo Confesor [m. 662], Epistolae, PG, tomo 91, col. 539.
«Napoleón, ese Mahoma de Occidente.»
Claude Lévi-Strauss, Tristes trópicos, pág. 409.
«A pesar de que el marxismo-leninismo se declara científico, lo cierto es que está más cerca de la teología/religión que de la filosofía/ciencia.»
Sami Aldeeb, Le droit des peuples…, pág. 214.
La fe en la violencia como medio para imponer la utopía
Con fina intuición, el antropólogo Claude Lévi-Strauss escribió: «Napoleón, ese Mahoma de Occidente» (Tristes trópicos, 1955: 409). Napoleón es la figura revolucionaria en la que se inspiró Lenin, a quien podríamos designar «ese Mahoma del siglo XX». La analogía permite comprender el carácter religioso de ciertas ideologías políticas, no en un sentido metafórico, sino en la literalidad de su configuración.
Los perfiles de la religión violenta de Mahoma (cfr. Ibn Hisham) y sus sucesores están hoy bien investigados. Movilizaron a las tribus árabes para una guerra escatológica que debía precipitar la venida del Mesías, que iba a instaurar el reino de la justicia, tras la conquista de Jerusalén. Pero, visto que el Mesías no apareció, ni llegó el reino de Dios, lanzaron sus ejércitos a la conquista de territorios del Imperio sasánida persa y del Imperio romano oriental o bizantino. Invadieron hasta el reino visigótico de Hispania en occidente y el norte de India en oriente. En lugar de una era de paz y justicia mesiánica, lo que llegó fue el imperialismo de los califas, en forma de orden teocrático bajo la espada islámica. La idea del reino milenario fue reemplazada por la del imperio árabe, luego musulmán, con la ambición de llegar a ser un califato mundial.
El texto conocido del Corán se remodeló en conformidad con los intereses de los califas, del mismo modo que la vida de Mahoma y los hadices del profeta, a fin de que legitimaran la ley islámica, la saría. La yihad, guerra interminable de incontables batallas para implantarla, atraviesa más de mil años de historia de belicosidad entre musulmanes y de agresión a los países de Asia, Europa y África. Y hoy siguen atacando con el proyecto de expandir por todo el mundo el sistema de la saría, ese orden teocrático, refractario a la libertad y la razón.
Un rasgo típico del sistema islámico estriba en su incapacidad para distinguir entre religión y política. Tanto la organización social como la guerra se conciben como el cumplimiento religioso de la divina voluntad revelada en el Corán. El islamismo funciona indisociablemente como creencia religiosa y como ideología política, absorbiendo todas las facetas de la vida de sus adeptos. En la práctica, todo se resuelve en la obediencia a Mahoma, en la creencia de que: «El que obedece al enviado, ha obedecido a Dios» (Corán 92/4,80). Y el califa es el sucesor cuyo deber reside en hacer cumplir lo estatuido por Mahoma.
Ateniéndose a lo que el Corán decreta insistentemente, el mahometismo sostiene una visión de la humanidad que traza una oposición absolutamente radical entre los «creyentes» (مؤمنون | muminun) y los «infieles» (كافرون | kafirun). Hasta el punto de que solo se concibe el triunfo de los primeros, que tienen el deber sacrosanto de combatir a los segundos hasta que estos sean sometidos o aniquilados.
Tal es la misión que se ordena en el nombre de Alá. En consecuencia, el precepto fundamental de esta religión no es otro que la yihad «en el camino de Dios» (cfr. Aldeeb 2016). Como religión política que es, el islamismo elaboró una teología de la guerra, según la cual Dios garantiza la victoria, de modo que el buen musulmán siempre ganará: si vive, el botín; si muere, el paraíso.
El significado del término «yihad» remite fundamentalmente a la guerra, a la agresión armada. A la yihad se le dedica el 9% del texto del Corán, el 67% del texto de la vida de Mahoma según Ibn Hisham, y el 21% del texto de los hadices de Al-Bujari. De estos hadices sobre la yihad, el 98% tratan de la yihad como acción de guerra. Solo el 2% se refiere a un esfuerzo religioso, con el mismo fin de expandir las ideas, los intereses y el poder del islam. En tales condiciones, la yihad, en cuanto lucha por imponer la fe islámica, se predica como la forma más excelente de dar culto a Dios.
Sin embargo, no pensemos que semejante arcaísmo religioso es un producto exclusivo de tiempos oscuros o pretéritos. Hay autores que ponen de manifiesto hasta qué punto la ideología de la yihad y la teocracia basada en la saría contienen una prefiguración de la doctrina marxista-leninista de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado (cfr. Gallez 2005). De hecho, podemos observar cómo, en ambos casos, se enarbola una mitología salvífica, que fundamenta un mesianismo violento y legitima un régimen totalitario. En ambos casos, se plantea un proyecto de dominación mundial, basado en una religión política, con una teología que sacraliza la destrucción de los adversarios y la hegemonía militar sobre todas las naciones de la Tierra. Unos y otros invocan un conocimiento esotérico, sea de la voluntad revelada del Creador, sea de las leyes dialécticas de la Historia.
Los axiomas fundantes parten del mito hegeliano de la dialéctica y de las leyes del materialismo histórico, objeto de fe, desde la que se interpreta la realidad. Hay unos profetas de la verdad absoluta: Marx, Lenin, Mao. El movimiento se organiza bajo la dirección de un Partido, a modo de iglesia, clero y milicia. Para ellos, el pecado original está encarnado por el capitalismo, mientras que el papel del demonio se atribuye a la ideología burguesa. Se representa que este sistema capitalista oprime a la clase obrera, o proletariado, que se convierte en nuevo pueblo elegido. Este es llamado a la emancipación, dentro de un plan soteriológico, guiado por el mito dialéctico de la lucha de clases, que anuncia la hora escatológica de la lucha final. Sobre los opresores recaerá el castigo y el infierno, en una irrupción apocalíptica con manifestación de poder: la revolución violenta, la masacre, la tortura, el campo de concentración, hasta la derrota total del capitalismo y el exterminio o sometimiento de los no comunistas. Por esta vía se promete el paraíso comunista o sociedad sin clases, una era de plenitud administrada por un mesías totalitario: una transposición del utópico reinado milenarista.
En términos que recuerdan al islamismo, el dogma comunista opone metafísicamente a los «revolucionarios» y los «contrarrevolucionarios», al tiempo que sus adeptos, sin mirarse al espejo, llaman «fascistas» a todos los que no se plieguen políticamente al comunismo.
Parece evidente que se trata de un mesianismo violento, destinado a instaurar una dictadura sacralizada, fundada y mantenida mediante mecanismos de coerción. Sin embargo, la difusión de su relato utópico apocalíptico, escatológico y milenarista, con su apariencia de verdad y sus promesas libertadoras, seduce a minorías y masas de «progresistas» que se entregan con entusiasmo casi místico.
También aquí, las convicciones y actuaciones del socialismo marxista exhiben su carácter religioso: una mitología, unos símbolos y unas normas de comportamiento sacralizados, a los que se adhieren con una fuerte vivencia sus seguidores, inmersos psíquicamente en una religiosidad que modela sus vidas.
En la misma onda que otras ideologías revolucionarias, el leninismo, en virtud de su visión maniquea, revestida como análisis materialista de la historia, practica el ataque sistemático contra aquellos que previamente ha categorizado como culpables y enemigos. Exhibe una sacralización de la violencia como vía privilegiada para conseguir la reconciliación y la paz.
Ahí descubrimos el lado oscuro de las utopías que se arrogan todos los derechos: su fantasía letal que cree que la aniquilación de los disidentes propiciará el advenimiento de su reino respectivo, la liberación, la paz, la fraternidad universal. De ahí que el terror aparezca inscrito en la esencia de la utopía, dado que esta solo puede implantarse por la fuerza, por más que la promesa inherente a tal hecatombe resulte frustrada una y otra vez en la realidad histórica. De ahí que siempre se exijan nuevas víctimas, sin fin, y que el camino al paraíso se convierta en un infierno.
La homología estructural entre teocracia y totalitarismo
Como corresponde a la lógica de fondo que los inspira, el estudio comparativo entre la caracterización del islamismo y la del comunismo pone de manifiesto su semejanza estructural y funcional constitutiva. Cambiará el lenguaje y las formas organizativas particulares, pero un mismo espíritu "revolucionario", es decir, aniquilador del pluralismo, del respeto al disidente, de la libertad individual, de los derechos humanos viene a legitimar todos los atropellos en nombre de una mitología elevada al más sacrosanto absoluto objeto de fe.
Destaquemos una serie de aspectos o ejes semánticos referidos respectivamente al islamismo y al comunismo. Hay que prestar atención no solo al tipo de componentes, sino a la afinidad y los sesgos observables entre ambos sistemas en cada eje de significación.
1. El fundador ideólogo y personificación mesiánica:
– El profeta Mahoma con su interpretación peculiar de Abrahán, Moisés y Jesús.
– El político Lenin con su interpretación bolchevique del filósofo Karl Marx.
2. El fundamento último, o postulado sagrado último:
– El Dios creador, Alá, señor del mundo, que impone leyes a la naturaleza y al hombre.
– La Materia eterna que impone las leyes dialécticas de la naturaleza y de la historia. En el discurso político, el lugar de Dios lo ocupa la idea de «Pueblo» o la «Historia».
3. Los libros sagrados:
– El sagrado Corán, la biografía de Mahoma y los hadices del profeta.
– Las obras de Marx reeditan un Corán en clave decimonónica. Y los escritos de Lenin ocupan el lugar de los hadices.
4. La cosmovisión dogmática:
– La interpretación del mundo como verdad absoluta desciende como «revelación» divina transmitida por Mahoma. Este es el mito fundacional, supuesto conocimiento superior, que justifica todo lo demás.
– La interpretación del mundo como verdad absoluta tenida por «ciencia» se basa en la dialéctica de Hegel y el materialismo dialéctico e histórico de Marx. Este mito fundacional sirve de legitimación a una estrategia violenta, que se acepta ciegamente.
5. La división maniquea de la sociedad:
– Los «creyentes» se sitúan en contradicción radical con los «infieles», los musulmanes frente a los no musulmanes.
– Los «comunistas» se conciben a sí mismos en contradicción radical con los «burgueses» o «capitalistas».
6. La visión maniquea del mundo:
– La «tierra del islam» está confrontada la restante, llamada «tierra de la guerra».
– Los países comunistas se declaran enfrentados radicalmente a los países capitalistas.
7. La condena del pasado histórico:
– Descalifican todo tiempo preislámico como época de «ignorancia», prohíben las costumbres y destruyen las peculiaridades y la autonomía de otros pueblos para someterlos a la única religión verdadera.
– Rompen con las tradiciones y fomentan todo lo que divide a la sociedad, en la creencia de que la verdadera humanidad empieza, y termina, con la llegada del socialismo comunista, bajo su poder.
8. La negación de la comunidad humana:
– Para el islam, no cabe humanidad común e iguales derechos para los que no se conviertan al islamismo. Los otros, según el Corán, son «infieles», «cerdos» y «monos», que deben ser sometidos o exterminados.
– El comunismo niega toda humanidad común de los seres humanos. Los otros son «fascistas», «perros», «parásitos», «piojos», «vampiros», que, según Lenin, deben ser derrotados y exterminados.
9. La concepción mesiánica de la praxis histórica:
– Un mesianismo milenarista y escatológico, que anuncia la llegada del «último día», al que están convocados los adeptos de Mahoma y Omar.
– Un mesianismo dialéctico y milenarista, que preconiza la «lucha final», que deben protagonizar los partidarios de Marx y Lenin.
10. La escatología utópica del mesianismo:
– El islam pretende que la sociedad musulmana futura alcance el mesiánico «reino de Dios» en la tierra y, en último término, el jardín de Alá.
– El marxismo-leninismo se propone el socialismo, la futura sociedad comunista, la creación del «hombre nuevo», el mítico paraíso en la tierra.
11. La hábil sugestión sobre las élites y las masas:
– La utopía plasmada en un sistema de mentiras «reveladas» consigue seducir, engañar o coaccionar a las minorías privilegiadas y gran parte de la población.
– El utopía presentada como un teoría supuestamente «científica» logra seducir y reclutar a muchos intelectuales, fanatizar a los militantes y engañar a las masas.
12. El sujeto mesiánico mitificado:
– La Umma, «pueblo elegido» por Alá para gobernar el mundo en nombre de Dios, integrado por los creyentes que obedecen al profeta y sus sucesores.
– El Pueblo, el «proletariado» como sujeto mítico, que sigue al Partido/vanguardia que dice actuar en su nombre y en el de las leyes de la Historia.
13. Los personajes sagrados objeto de culto:
– Mahoma y los califas bien guiados son exaltados y adorados como modelos que deben ser obedecidos e imitados.
– Marx, Lenin, Stalin, Mao, Kim Il-sung, Castro, o Pol Pot son adorados como omniscientes e infalibles, y deben ser obedecidos por todos religiosamente.
14. La jerarquía de poder sacralizada como clero:
– La potestad del califa, el partido islámico, con los ulemas, muftíes, o ayatolás, intermediadores y ejecutores de la ley de Dios.
– El dirigente supremo del Partido comunista como autoridad indiscutible, auxiliado por una organización de revolucionarios profesionales, jerarcas, cargos y militantes.
15. La militarización del mesianismo:
– La yihad en el camino de Alá indica la vía para la toma del poder, mediante el sometimiento por la fuerza a la dominación islámica.
– La lucha de clases, la revolución y la guerra traza el camino para la toma del poder y la dominación del Partido comunista.
16. El mecanismo de la violencia:
– El mito de la sumisión al islam, ordenada por la ley de Dios, justifica la fuerza armada, la guerra y los castigos como yihad contra los «infieles».
– El mito de la revolución comunista, impuesta por las leyes dialécticas de la historia, justifica la violencia como lucha de clases contra la «burguesía», o los «fascistas».
17. El terror como forma de monopolizar el poder:
– El uso del terror islámico contra toda oposición y la estigmatización de todos los disidentes como «enemigos», a fin de monopolizar el poder.
– El terror rojo como política instituida en la sociedad, e incluso en el aparato del Estado, para asegurar al Partido el monopolio del poder.
18. La santificación del individuo violento:
– El que muere matando en la yihad es tenido por «mártir» (el šahīd) del islam, único que tiene la certeza del acceso al paraíso.
– El que da su vida por la revolución o en la lucha de clases es oficialmente proclamado «héroe» del Pueblo.
19. El sistema político totalitario:
– El islamismo es una religión política que instaura un Estado teocrático, en forma de «califato» controlado por una oligarquía.
– El comunismo opera como una religión política que instituye un Estado totalitario, la «dictadura del proletariado», bajo la dominación del Partido comunista.
20. La legalidad sin garantías jurídicas:
– El derecho islámico inmutable, la saría entendida como ley de Dios, la jurisprudencia de las varias escuelas.
– El derecho comunista dictado por el Partido, que está por encima de la ley, la burocracia estatal totalitaria en nombre del Pueblo, sin división de poderes.
21. La subordinación del individuo a la colectividad:
– La preeminencia completa sobre el individuo de la familia, la tribu y la umma.
– La dependencia total del individuo respecto al Partido/Estado.
22. La negación de los derechos humanos:
– No se admiten los derechos humanos y las libertades individuales.
– No se reconocen los derechos humanos, ni las libertades individuales.
23. La negación de los derechos políticos:
– Los oponentes religioso-políticos son destinados a la muerte, la sumisión o la esclavitud. Se dictan castigos tremendos y la condena eterna a la gehena o infierno.
– Los disidentes políticos son represaliados, marginados, sufren represiones y castigos penales, y la condena al infierno del gulag.
24. La desigualdad ante la ley:
– El no musulmán carece de plenos derechos. A los otros monoteístas se les impone un estatuto de dimmitud. Para los politeístas y ateos, las alternativas son la conversión forzosa, la muerte, o la esclavitud.
– El «no proletario» se ve privado de derechos. Se aplica un darwinismo social, por el que las clases sociales tachadas de enemigas son perseguidas, castigadas, o exterminadas.
25. La intolerancia religiosa:
– No hay la menor libertad de religión, ni de pensamiento. Toda disidencia debe ser combatida hasta que toda la religión sea de Alá.
– Hay discriminación por ideología y la persecución religiosa cae sobre instituciones y personas, porque no se reconocen más principios que los dictados por el Partido.
26. La institucionalización de la mentira:
– La ética del disimulo y el engaño (la taquiya) está recomendada a los mahomistas por el propio Corán.
– La norma es la manipulación del discurso y el doble lenguaje, empleando técnicas de agitación y propaganda.
27. La ocultación de la verdad histórica:
– La elaboración califal del Corán y los hadices, y manipulación de la historia desde los orígenes.
– La fabricación de la historia oficial y de la verdad política oficial que se impone mediante el control de los medios, la enseñanza, la cesura y el adoctrinamiento.
28. La vigilancia represiva:
– Para velar por el cumplimiento público y privado de la saría, el sistema islámico instala un régimen de supervisión y represión sobre las personas, en forma de policía de la moralidad (la hisba).
– Para controlar las opiniones y el comportamiento de la sociedad, el Estado comunista organiza la censura ideológica y la policía política como cuerpo de espionaje, delación y amedrentamiento de la población.
29. La fe en la eficacia de los sacrificios humanos:
– Conforme al Corán, los musulmanes creen que la matanza de los enemigos de Alá constituye una inmolación sacrificial, agradable a Dios y necesaria para obtener la salvación y la «sumisión» propia de la sociedad islámica.
– Los comunistas tienen fe ciega en la revolución, que implica destrucción y muerte de las clases sociales tenidas por «enemigos del Pueblo», como algo necesario para conseguir la «paz», para crear el «hombre nuevo» de la sociedad comunista.
30. Las consecuencias mortíferas de la implantación de la utopía:
– Las grandes masacres históricas producidas en nombre del islamismo (cfr. Ibn Warraq 1995), cuyo total se estima, como mínimo, en 270 millones de víctimas imputables a la yihad.
– La mortandad y los asesinatos masivos desencadenados en la lucha de clases, en la «gran revolución proletaria mundial» por el advenimiento de la sociedad comunista: son más de cien millones de muertos (cfr. Courtois 1997).
La comparación no debe hacerse, salvo como punto de partida, en el plano empírico de las prácticas sociales implicadas, ni en los planteamientos teóricos o teológicos particulares de las respectivas mitologías, sino entre las estructuras de uno y otro sistema, después de su análisis previo. Y es esta comparación la que demuestra que, en ambos sistemas, subyace una homología estructural y una analogía funcional. El tema merece estudios más a fondo, pero ya podemos afirmar concluyentemente cuál es el esquema común de esa teología mesiánica, que proclama la gran crisis y la interpreta como un enfrentamiento agónico, en el que los verdaderos creyentes deben tomar las armas, en nombre de su Dios, con el fin de conquistar el poder e imponer su ley por la fuerza. Ahí se articulan los aspectos esenciales de la fe mesiánica: la soteriología (llamada a la liberación), la escatología (los últimos tiempos y la lucha final), el apocalipticismo (la intervención en la historia de una fuerza sobrehumana que triunfará) y el milenarismo (la instauración de un mundo donde se imponen la justicia y la paz).
Este armazón mesiánico puede explicar perfectamente el hecho de que el izquierdismo y el islamismo colaboren ambos con el objetivo de la desestabilización del orden social existente. Aunque cada parte solo busque lo suyo. Cuando alcanzan el poder, inevitablemente, resultan incompatibles. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en Irán, en 1979. El ayatolá Jomeini destronó al sah de Persia con la colaboración de socialistas y comunistas, pero, una vez que consiguió consolidarse, el poder islámico mandó perseguir y ajusticiar a los dirigentes y militantes de los partidos de izquierdas.
El marxismo-leninismo constituye una religión política
Desde su nacimiento, el islam confirió a la actividad militar el significado de sacramento de salvación, al presentar la guerra yihadista sobrecargada de simbolismo religioso, según el cual los infieles eran considerados ofrendas que había que inmolar para agradar a Dios y propiciar la instauración de su ley santa.
«En síntesis, el Corán sustenta una interpretación sacrificial de la guerra, de la violencia sobre los oponentes, justificada por el supuesto fin sacrosanto de traer la salvación al mundo. Su idea es la de un Dios que da órdenes para matar a los «enemigos de Dios», que exige sacrificios cruentos» (Gómez García 2021b: 231).
De acuerdo con los argumentos esbozados en el apartado anterior, entendemos por qué, al igual que el islam, el marxismo-leninismo está concebido y organizado como una religión política. Porque es un mesianismo en el que se funden las dimensiones política y religiosa. No hay que dejarse engañar por la profesión doctrinaria de «ateísmo», que, en la práctica, solo significa el rechazo a la religión cristiana respecto a la cual la religión marxista se declara enemiga y actúa como perseguidora. Del mismo modo, con toda probabilidad, la invocación de «secularismo» no pasa de ser, de hecho, un ardid ideológico para el camuflaje de una praxis esencialmente religiosa, aunque simule desconocer la naturaleza de su mesianismo arcaizante.
Parece necesario señalar la ingenuidad de esos filósofos ilustrados que describen la «secularización» como una supuesta transformación de la mentalidad, en virtud de la cual la sociedad moderna habría llegado a emanciparse de la tutela de toda religión. Pero esto es una generalización netamente falsa (cfr. Castilla Hidalgo 2019). En realidad, desde la Revolución francesa, el combate contra el poder de la Iglesia y el alejamiento del cristianismo, lo que hizo fue más bien saquear buena parte de su legado, mientras trataba de sustituir el credo tradicional por el credo revolucionario. Porque, en términos antropológicos, la dimensión religiosa –como la lengua hablada y los otros universales culturales– puede sustituir su configuración por otra, pero nunca eliminarse del todo. Lo sagrado ni se crea ni se destruye, sino que se transforma socialmente. Y su presencia queda ostensible siempre y por doquier en los mitos, las utopías, las ideologías políticas, las interpretaciones que, ineluctablemente, presiden la vida y el comportamiento de los individuos y los colectivos.
De conformidad con su dogmática, igual que el mahometano ante el califato, el comunista debe plegarse y obedecer plenamente a las decisiones del Partido:
«Este comportamiento implica las características de una religión. Sobre todo, el monismo, es decir, que la doctrina marxista-leninista se concentra en un solo fin, una sola enseñanza, una sola autoridad, un solo método; y luego el totalitarismo, es decir, que esta doctrina lo abarca todo, sin excepción. Poseedor de la verdad absoluta, el Partido no puede equivocarse en nada y nadie tiene derecho a dudar de él. El Partido lo gobierna todo: ratio materiae (política, derecho, nacionalidades, economía, vida intelectual, artes y ciencias, religión, vida privada del hombre) y ratio personae (el Partido aspira a gobernar todos los países sin excepción).
Lenin dice que, bajo el Partido, "decenas, miles y finalmente millones de hombres" obedecen "como uno solo". Preconiza el vínculo de toda la cultura con la política, con la lucha de clases. La concepción marxista del mundo es para él "la única expresión correcta de los intereses, los puntos de vista y la cultura del proletariado revolucionario". "Nuestra tarea esencial, dice, consiste, entre otras cosas, en oponer nuestra verdad e imponerla como contrapeso a la verdad burguesa"» (Aldeeb 2018: 215).
Es esclarecedor observar cómo resuena el Corán en estas palabras de Lenin, hasta el punto de que bastaría con sustituir a los musulmanes por los proletarios y a los infieles por los burgueses, para dar al medieval planteamiento islámico el barniz de modernidad que recubre al pensamiento marxista. No es una casualidad que ambos prolonguen la estela de un mesianismo violento y anticristiano. El Estado totalitario se proclama ateo, pero, en realidad, se instaura como religión absoluta, asumiendo la omnipotencia divina, al modo de un Moloc Baal sediento de inmolaciones.
En todos los países donde los seguidores del marxismo-leninismo han llegado al poder, han organizado una forma de tiranía, han sacralizado la figura de su dirigente supremo con prerrogativas de emperador y sumo sacerdote, han impuesto por la fuerza su ideología como religión del Estado, han perseguido inquisitorialmente a los que consideran herejes y han practicado a gran escala sacrificios humanos de personas inocentes. Para ello, como el islam, que crea una policía de buenas costumbres, han formado cuerpos policiales de censores y represores, apoyados por redes de delatores y bandas de matones. En último análisis, el sistema comunista se manifiesta también como una religión regresiva, brutal, más emparentada con el islamismo que con cualquier otro credo.
Al partir de la creencia maniquea que proyecta toda la injusticia y la maldad en los «enemigos», a los que acusa de ser culpables, como esa clase de personas sobre quienes es legítimo descargar la violencia, la destrucción y la muerte. La vanguardia, como clero sacrificial, se encarga de sembrar división en la sociedad, de suscitar el odio y dirigir las iras de la multitud contra la parte infamada de sus semejantes, hasta que se consuma el holocausto.
Sin embargo, con una mirada más profunda, descubrimos cómo se trata siempre de víctimas inocentes, utilizadas como chivos expiatorios (cfr. Girard 2012), aunque los victimarios no cobren conciencia de ello.
Este comportamiento queda enmascarado, porque, al mismo tiempo que acusan, se imaginan a sí mismos, fatuamente, como inocentes dechados de la bondad verdadera, portadores de la justicia definitiva y la paz perpetua. En realidad, proyectan las propias culpas sobre aquellos a los que odian sin razón. Solo consiguen una liberación ilusoria y momentánea, por lo que la masacre ritual no cesará de repetirse de tiempo en tiempo. La justificación de esa violencia comporta la mentira política y religiosa por antonomasia, la que niega la inocencia de las víctimas.
La principal conclusión que extraemos pone en evidencia cómo el movimiento revolucionario leninista significa una regresión en la historia ética y espiritual de la humanidad. Porque toda implantación coactiva de la utopía resulta necesariamente totalitaria (cfr. Courtois 2017). El totalitarismo se manifiesta como un avatar de religión arcaica, disfrazada de progresismo. En su núcleo, la mímesis sacrificial, característica de la revolución cruenta, procede a atribuir la culpa a aquellos contra quienes se dispone a ejercer la violencia. Los ejecutores fantasean con la ilusión de que, así, suprimirán la injusticia del mundo, cuando lamentablemente solo contribuyen a acrecentarla.
Al contrario de lo que cuentan los mitos de las religiones arcaicas, entre las que está el mesianismo revolucionario, la lectura atenta de los relatos evangélicos permite ver cómo ponen claramente al descubierto lo injustificado de la violencia ejercida sobre la víctima, cuya inocencia queda del todo patente y proclamada.
«Comprender que el chivo expiatorio, lejos de ser culpable, es inocente, víctima no pertinente, es destruir su poder para estructurar, es desmitificar verdaderamente los mitos o deconstruirlos, si se quiere; es destrozar lo religioso arcaico, pero no solo eso. Es revelar lo religioso de forma totalmente diferente y sin embargo inseparable de su antigua forma» (Girard 2012: 89-90).
Ahora podemos juzgar mejor de qué son ateos y en qué creen realmente unos y otros: cuál es su religión. Sin duda, también nosotros mismos deberíamos hacer examen de conciencia. Porque, hoy como ayer, la desacralización de la violencia continúa siendo el gran desafío intelectual y moral, político y religioso, lanzado a la civilización en este dramático camino de masacres e inconmensurable sufrimiento que jalona hasta ahora la historia de la humanidad.
Aldeeb, Sami
2016 Le jihad dans l'islam. Interprétation des versets coraniques relatifs au jihad à travers les siècles. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulman.
2018 Le droit des peuples à disposer d'eux-mêmes. Étude analytique de la doctrine marxiste-léniniste et de la position soviétique. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et Musulman.
Castilla Hidalgo, Martín
2019 «Desacralizar la secularización», Ensayos de Filosofía, anotaciones, 11 febrero.
http://www.ensayos-filosofia.es/archivos/anotacion/desacralizar-la-secularizacion
Center for the Study of Political Islam International (CSPII)
La yihad
https://www.cspii.org/es/educacion/articulos-principales/la-yihad/
Courtois, Stéphane
2017 Lenin. El inventor del totalitarismo. La Esfera de los Libros, 2021.
Courtois, Stéphane (y otros)
1997 El libro negro del comunismo. Barcelona, Ediciones B, 2010.
Gallez, Édouard-Marie
2005 Le messie et son prophète. Aux origines de l'islam, Tome 1, De Qumrân à Muhammad. Tome 2, Du Muhammad des califes au Muhammad de l'histoire. París, Éditions de Paris.
Girard, René
2012 El sacrificio. Madrid, Encuentro, 2012.
Gómez García, Pedro
2012 Los dilemas del islam. Mirada histórica, riesgos presentes y vías de futuro. Granada, Editorial Comares.
2021a La genealogía del islam. Origen y fundamentos del sistema islámico. Books on Demand.
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Máximo Confesor
[m. 662] Epistolae, en Patrologia Graeca, 1865, tomo 91, col. 539.