1. Delimitación conceptual y contextualización histórica
1.1. Relativismo y sus exponentes clásicos
El relativismo, como "error noético", es la teoría del conocimiento iniciada por los sofistas (siglo V. a. C.) de que la verdad no es sino un aspecto gnoseológico subjetivo, variable en función de quien la pondere. Se aleja de las formulaciones axiomáticas, por cuestionar toda verdad excepto la de su misma existencia, lo que hace dudar de su imperatividad en esencia.
Los sofistas fueron sus primeros exponentes, si bien, más tarde, sus sucesores formaron posturas más radicalizadas, como Nietzsche y Hegel. Pero independientemente del momento o naturaleza –ético, histórico, gnoseológico–, se entiende relativismo como aquel método que trata de asegurar la verdad subjetiva como la verdad absoluta. Afirma que la verdad individual de todos es válida aunque se choque con otra, de modo que "no se impone ningún punto de vista", pero por ello, efectivamente, se basa en una imposición. Su aplicación sobre relativistas y no relativistas, la hace universal, y por tanto anula la creencia del opositor al establecer una jerarquía de ideas donde, teóricamente, solo existiría paridad.
1.2. Absolutismo y sus exponentes clásicos
El absolutismo, respecto de la verdad, se refiere a la existencia de ideas cuya esencia se mantiene invariable respecto de interpretaciones, factores, causas o consecuencias múltiples que puedan modificar su entendimiento, pero no su ser. Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles –de modo que se percibe cierta analogía en cuanto al pensamiento–, sostenía la existencia de ideas inmutables en el Mundo de las Ideas, a las que nuestro alma se orienta pero no acaba de alcanzar en este mundo pasajero.
Del mismo modo, la lógica cartesiana también se inspira en deducciones lógicas para intuir la existencia de un ser absoluto –Dios– tras superar todo relativismo por medio de la duda metódica, constante. Por tanto, si bien el relativismo choca con la idea del absolutismo, este permite la existencia de aquel en un plano inferior, y siempre que sea superado.
1.3. Ontología del plano horizontal
Desde sus inicios, cuando los hombres transeúntes deambulaban por el mundo sin conocerse a sí mismos, ya existía en lo más profundo de su ser el deseo de ser curiosos y descubrir; descubrir la verdad. No obstante, la primera distinción brotó cuando no se planteó a qué verdad harían referencia. Unos la buscaron en un estado ulterior y universal, si bien otros se conformaron con una personal y limitada a sus sentidos y percepciones.
Puede que la primera parezca insensata en cuanto que una condición inferior –humano– no puede alcanzar lo superior –ideas eternas o divinas–, pero no parece tan descabellado al entender que estos se hallan vinculados de una manera especial:
"Su búsqueda [de la persona humana] tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto" (Juan Pablo II, 1998: nº 33).
De ahí mi propuesta por corroborar que, efectivamente, aunque alcanzar la verdad absoluta esté más lejos de nuestro alcance, en tanto que nos acerca a nuestra condición de hombres como parte de la autorrealización, llega a ser incluso más verdadera que la relativista, al alcance de cualquiera, pensante o animal.
2. La paradoja de la verdad relativista
¿Cómo será sosa el agua salada? ¿Cómo alumbrará un farol apagado? ¿Cómo será absoluto lo relativo? Pues la inexorable colisión entre opuestos, de la que emana su existencia, se caracteriza por la misma oposición, y en tanto que diferenciados por su esencia, cobra especial interés la afirmación del relativismo, cuya existencia subordinada a casos personales y variables no podrá reducirse a una generalizada "afirmación" –"asegurar o dar por cierto algo", según la RAE–.
La existencia del relativismo es admisible como mera opinión subjetiva de la esfera individual, pero inextensible como vinculante a lo ajeno y siempre respecto de una realidad objetiva que todos puedan interpretar –una interpretación, relativa, de lo interpretado, absoluto–. Pero como realidad, afirmar la existencia de un relativismo generalizado implica recurrir a las vías de manifestación del absolutismo. Así, afirmar la existencia del relativismo sería una verdad absoluta en sí misma, si bien la conclusión no es la adecuada porque se contradeciría.
No sería más que una verdad paradójica, pues invirtiendo la falacia relativista anterior, no puede ser absoluta la afirmación "absoluta" de que no existe el absolutismo, por afirmarse lo "existente" mediante lo "inexistente", y en tanto que inexistente desde la premisa, se tambalea sobre su propia lógica.
De ahí el carácter paradójico y antilógico, ambas vinculadas, del relativismo; una paradoja no sigue las reglas de la lógica, es lo antilógico, siendo lo lógico su contrario. Si, por tanto, lo contrario del relativismo es el absolutismo, el primero será lo antilógico y el segundo, lo lógico.
2.1. Ambigüedad entre δόξα y ἐπιστήμη: un poema de Campoamor
El relativismo no puede sino confundir la opinión acerca de la verdad con la verdad misma.
Campoamor recitaba en Las dos linternas: "Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira". Negar lo innegable no reduce la existencia de lo negado a la nada. Es más, pone de manifiesto la mentira que supone el negar. Si bien Campoamor rechazaba la existencia de la verdad y la mentira, se desprenden tres ideas contradictorias:
1º. Asume que el mismo verso sea sujeto de falsedad, no en su origen, sino en cuanto su interpretación esté sujeta al arbitrio de persona opositora, y de ser así, no tendría valor educativo ni moralizante alguno.
2º. Asume la existencia objetiva del hombre y de una serie de cristales –metafóricos pero aun así absolutos dentro de la hipótesis–, que son los mismos para todos. Sin embargo, considera que es libre de escoger por cuál decide asomarse, a pesar de que todos ellos enfoquen a la misma realidad desde distinto ángulos. Aunque niega la verdad universal en las interpretaciones, no lo hace de la verdad de lo interpretado por todos; es una opinión cualquiera, distinta en todos, sobre lo opinado, común a todos.
3º. Asume la existencia de una verdad absoluta, pues aunque lo sea de cada sujeto individual, entiende el concepto de verdad como lo que se considera realidad. Pero nuevamente, la verdad no acepta variabilidad, pues haría tambalear las bases de toda rama científica, por lo que si se entiende "verdad" al margen de su sentido original como una verdad personal, se asemeja más al sentido original de la palabra "opinión" sobre la verdad.
Por tanto, la interpretación no varía lo interpretado; el relativismo no anula lo absoluto. Así, las ondas de luz que desprende el pigmento de una hoja no varían, reflejan constantemente su color desde su esencia. Variará, inevitablemente, en función de factores externos como la luz que se refleje sobre ellas, o los ojos que la perciban. Pero independientemente de que se quiera discutir que todo es según la medida de cada uno, la esencia de la hoja permanece estable, se pueda o no conocer con los sentidos humanos. Y así se entiende que la "verdad individual" camuflada por el relativismo sobre lo que se cree conocer es tan análoga al término de mera "opinión", como al de "malinterpretación".
2.2. Límite intrínseco del relativismo: colisión de verdades
Como vía de conocimiento, partiendo de la hipotética base de que el relativismo estuviera inscrito en los más profundo del corazón del hombre como su forma de descubrir y conocer, nunca habría surgido la cuestión del absolutismo. Su existencia se debe, primordialmente, a que los pensamientos individuales una vez considerados como verdades universales, chocaron con dichos pensamientos universales considerados como universales de otros, de modo que no era tan universal, sino más bien opiniones disfrazadas de una falsa verdad que chocaban con otras respecto de la misma verdad.
Observaban la misma realidad, pero al interpretar de forma distinta se chocaban sus "verdades", si bien la esencia de lo opinado se mantenía intacta y desconocida en su totalidad. Pero el desconocimiento no es señal de inexistencia, sino de falta de sabiduría. No es cierta la cita de Protágoras al afirmar que el "hombre es la medida de todas las cosas", pues la verdadera medida se encuentra en la esencia de las cosas mismas. La razón del hombre será la que permita descubrirla y reconocerla, pero no determinar su existencia… ¿O acaso no existían las Américas con anterioridad al 1492?
Pues es cierto que nada existe sino por su contrario, constituyéndose así el contrario como una de las condiciones de existencia de todo; el sólido lo debe al líquido, igual que lo bello a lo feo y el día a la noche –incluidos los grados intermedios, como el líquido newtoniano o el atardecer, que pueden actuar como opuestos de grado inferior–. De este modo, el relativismo no pudo existir sin el absolutismo, ni viceversa. Sin embargo, la diferencia esencial radica en sus significados excluyentes, pues el primero no admite la existencia del segundo de ningún modo, si bien el segundo sí admite la existencia del primero en el plano individual, como meras opiniones. En este sentido, si el absolutismo estuviera inscrito en el corazón del hombre, nunca se habría chocado con el relativismo como verdad universal contradictoria, al asumirla en un orden inferior, pero de ser al contrario, rompería con la lógica de los opuestos en tanto que el relativismo no acepta la creencia de un absolutismo superior ni inferior. Si no contempla la condición de existencia de su opuesto, no sobreviene a ella.
3. La forma política del relativismo: la anarquía ontológico-práctica
La anarquía ontológico-práctica hace referencia a un sistema sin poder, donde lo percibido como la realidad se lleva a la práctica sin mayor consideración. Esta idea parte de la no existencia del mal según el relativismo –no habría cárceles ni sanciones–. De haber normas, fundadas en los cánones objetivos de justicia y la moral universal, podrían contrariar lo considerado como moralmente adecuado de otro sujeto en posición de paridad –recuérdese que todas las opiniones son válidas–.
La ética universal colisionaría con el egoísmo ético en la determinación de lo correcto, de modo que ningún poder exterior podría imponerse sobre nuestras pasiones descontroladas, libres de hacer cuanto considerasen. De lo contrario, no se garantizaría la igualdad de verdades entre todos, dando pie al absolutismo como verdades superiores a otras.
Este caso cobra especial relevancia al considerar el argumento que se postula en añadidura, por medio del cual exceptúa los casos extremos de estar sujetos a la verdad individual. Pero en dicha situación, los límites no son más que meras opiniones fijadas para no ser modificadas y ampliadas en su máximo, ni reducidas en sus mínimos. Son verdades más absolutas que las demás, por rechazar verdades que se salgan de sus límites. Estos, en tanto que canon objetivo de conducta, sería una idea fundada en el absolutismo, pues lo considerado por uno como extremo no lo será por otro. Entonces, efectivamente, si se afirma la existencia del relativismo se afirma en su totalidad, no pudiendo justificarse por argumentos de este tipo que se contraargumentan sobre sus mismos principios.
4. La doctrina religiosa del relativismo: la deontología del falso espíritu libre
El superhombre de Nietzsche, cuya raíz sofista es indiscutible en tanto que sucesor del relativismo, se refiere a aquel hombre capaz de liberarse a sí mismo superando las virtudes cristianas impuestas como cadenas que encierran la libertad humana, como una oveja entre el rebaño o una gota en el mar, sin potenciar su individualismo.
Si entendemos que la idea fundamental de la doctrina religiosa es la libertad, a primera vista sería normal que el relativista considere, como Nietzsche, que el hombre será libre al desprenderse de los valores cristianos impuestos de modo "absoluto". Pero puede que la libertad esté más cerca de dicho absolutismo de lo generalmente reconocido.
1º. Si considera que Dios no crea al hombre, sino que el hombre crea a Dios para satisfacer sus dudas y vacíos existenciales, y que por tanto también crea sus virtudes –las cuales rechaza–, entiende que el hombre y sus ideas relativistas pueden ser erróneas.
2º. La libertad ya existía en su inicio, cuando voluntariamente decidieron crear a Dios. ¿Por qué entonces debatiría que debe haber una nueva libertad? ¿No será su imposición camuflada de libertad? Si quita a Dios para no haber libertad, entonces no la hay porque la ha quitado bajo su imposición, escondido tras la falsa de idea de que está deshaciendo lo ya impuesto.
3º. La teoría del espejo de Jung animaría a pensar que lo que uno más odia en los demás es lo que más odia de sí mismo. Nietzsche pudo criticar que los hombres no fueran libres en su búsqueda por la autoperfección de camino a la santidad marcada por su dependencia al cristianismo, pero no atiende al paralelismo evidente que así hace con que los hombres no puedan ser tampoco libres en su búsqueda por su realización en el superhombre marcado por su dependencia al sentido de poder fijado por la imposición de falsa libertad nietzscheana.
Por tanto, nada hace descartar la idea de que la libertad se encuentre en la Verdad absoluta, en las Ideas eternas, pues anima a al hombre imperfecto a llegar a formas perfectas, si bien el relativismo pretende que el ser imperfecto se realice como ser perfecto en sí mismo, sin material de perfección en su esencia, siendo así imposible.
4.1. Eternidad y Dios. Conclusión
Tal y como afirmaba Descartes, la idea de lo perfecto no puede brotar de lo imperfecto. Si nuestra condición no se corresponde, en su esencia, con la perfección, entonces esta nos viene impuesta de un ser superior y perfecto. Pero no anula la existencia de lo imperfecto, si bien lo sitúa en un nivel inferior a lo perfecto, llegue o no a conocerse.
Del mismo modo, el relativismo se ha expuesto repetidamente como una forma de conocimiento imperfecta, de modo que nuestra concepción de las verdades e ideas absolutas ha debido brotar de nuestra colisión con ellas, pues el relativismo no nos las pudo brindar. De ahí que el absolutismo deba situarse en un nivel de verdad superior al relativismo, como mera opinión, alcance o no la verdad absoluta. No debe renunciarse a ella, como afirmó el papa Benedicto XVI:
"En el mundo de hoy, el argumento Verdad casi ha desaparecido porque parece demasiado grande para el hombre, y sin embargo, si no existe la Verdad, todo se hunde" (Ratzinger 2005: 130).
La verdad a la que se llega tanto por la vía relativista nietzscheana –con base en los sofistas–, como por la absolutista cartesiana –con base en Platón–, es la idea de Dios.
1º. Para Nietzsche, la libertad está en la no dependencia. Pues las virtudes "absolutas" cristianas eran la verdadera libertad, por no imponerse ni tachar de condición débil a quienes no la seguían, sino por animar con ímpetu a seguirla, a diferencia del superhombre que creaba su dependencia a través del desprecio a la oposición como gente de cierta manera hipnotizada en la mansedumbre; una libertad con límites en Nietzsche, una libertad ilimitada en Dios y las Ideas eternas.
2º. Para Descartes, el absolutismo se encuentra donde su esencia sea tan absoluta como su idea. Si el hombre concibe el absolutismo pero él no es en sí absoluto y eterno, debe habérsele infundido esta idea por un ser que sí lo sea; Dios y las Ideas eternas.
3º. Entre los factores que nublan el juicio sobre lo absoluto (reflejo de luz, sentidos engañosos…) destaca el tiempo. Cuando observamos algo, aun detenidamente, las ondas de luz que percibimos respecto de lo observado y que nos permite verlo viajan a milésimas de nanosegundos atrasadas. Ls observamos en el presente creyendo estar en el presente, pero vemos lo que se nos transmite respecto del pasado a nanosegundos de retraso –apenas perceptible–. Por tanto, el presente que deseábamos ver se encuentra a nanosegundos de distancia en el futuro, que se convertirá en presente. Esto implicaría determinar todo como un absolutismo del pasado, por lo que nunca podemos llegar al verdadero presente sin inmiscuirnos en él el pasado o el futuro. Tan solo se soluciona con la idea de la eternidad, donde por la presencia de tiempo total implica, curiosamente, su ausencia. Se pierden las nociones humanas del tiempo, que no existe en esencia, por lo que nada puede viajar en el tiempo sino que viaja en la eternidad. Dios es eterno y cuenta con las verdades absolutas, por lo que no se hace tan raro pensar que Dios sea la verdadera y absoluta libertad, carente de factores relativistas que nublen la mente o impongan la falsa libertad como afirmación universal.
El relativismo, en esencia, o como forma política o religiosa hipotética, o incluso en sus variantes, alcanza finalmente un límite por el que se contradice o deja de evolucionar, a diferencia del absolutismo, que avanza por sí solo o lucrándose de los errores cometidos por el relativismo hasta llegar a Dios y las Ideas eternas de Platón como absolutas en su esencia y perfectamente ligadas a la condición humana actual respecto del conocimiento de las mismas; un ciclo que se retroalimenta en la verdad.
Campoamor, Ramón de
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