Ya he tratado de clarificar, en otras ocasiones, el significado de lo estructural (Gómez García 1988 y 2005). El concepto de lo vivido supone un enfoque complementario. Lo vivido se refiere a la experiencia propia del sujeto humano en el plano del acontecimiento, marcada por el sentimiento, por la afectividad. Es la experiencia subjetiva, matizada de alegría o tristeza, de esperanza o miedo, de angustia o risa. Es la vivencia individual.
Esta vivencia del individuo, que evoluciona a lo largo de las fases de la vida, se encuentra condicionada por las estructuras socioculturales, y en particular por la posición que los individuos ocupan en las estructuras del sistema social. Este hecho se puede relacionar con la clase social, aunque la teoría de las clases sociales, sobre todo en su versión marxista, me parece incompleta y errónea por su enfoque dialéctico, extraviado en una mala metafísica.
En la práctica, la vivencia hay que relacionarla con la (in)satisfacción de las necesidades humanas, que a nivel individual se presentan, más acá de los condicionantes sociales, como necesidades de orden fisiológico y de orden psicológico. Cuando se da cierto equilibrio fisiológico o psíquico se vivencia como alegría, plenitud o realización. Mientras que el desajuste, el conflicto en las estructuras biológicas o lógicas, induce sentimientos negativos y tristes, debido a "una homología entre las coyunturas moral y física" (Lévi-Strauss 1971: 594).
Esas necesidades a las que aludimos, así como las vivencias que suscitan, no vienen dadas naturalmente, aunque algunas posean un sustrato natural, neurofisiológico, sin que el ser humano llegue a estar determinado por un etograma de instintos, al modo animal prehumano.
Esas necesidades están configuradas o "programadas" socioculturalmente y ofrecen recursos al individuo. De ahí que lo "normal" sea que el comportamiento humano esté determinado por la cultura interiorizada del contexto: el cumplimiento de sus esquemas y valores se vive con gratificación, mientras que el incumplimiento induce sentimiento de frustración. Aquí es donde la posición social dada o deseada introyecta en cada cual un sistema de necesidades determinado, si bien los valores socialmente predominantes ejercerán una presión de selección más o menos fuerte. Aquí podemos encontrar uno de los mecanismos de alienación personal: uno vine para cubrir necesidades quizá dudosamente humanas, impuestas desde ideas e intereses ajenos o anónimos.
En medio de semejante proceso de normalización social, que no es totalmente repudiable salvo en situaciones extremas de opresión ideológica, el individuo es capaz de emanciparse en la medida en que ejerza la autodeterminación de sus fines personales, es decir, ajustando conscientemente su propio sistema de necesidades, del que dimanará su contento.
Por otro lado, hay que aclarar que las necesidades del hombre son de diversos tipos (por "hombre" entiendo lo que se entiende entre los hablantes de español: el ser humano genérico, marcado por el contexto, dejando al margen a los castradores semánticos que tuercen la gramática a su antojo). Se corresponderán con diversos tipos de satisfacción:
1. Necesidades reales o evidentes, que responden a requerimientos de la naturaleza y su remodelación histórica y cultural.
2. Necesidades simbólicas, basadas sobre todo en pretensiones de estatus social, que anteponen a todo la acumulación de riqueza, poder y prestigio.
3. Necesidades imaginarias o mágicas, nacidas del deseo de compensar las propias frustraciones sufridas en la realidad, por medio de evasiones que a veces pueden ser destructivas, como las drogas u otras formas de consumo y diversión.
Esta triple distinción nos hace comprender la existencia de múltiples necesidades "artificiales" que con frecuencia, por más que lleguen a tenerse como normales, no benefician en nada a las personas ni a la sociedad.
Porque la cultura predominante puede considerar como "normalidad" la adaptación a sistemas de necesidades innecesarias, superfluas e incluso patológicas, como un vivir para el consumo y la diversión sin finalidad humana. En cambio, si es posible una normalidad más propicia a la salud personal y social, sin duda habrá que buscarla sobre la base de unas necesidades humanas básicas, asumidas al modo irreductible de cada uno, que probablemente entran en conflicto con el sistema de necesidades impuesto socialmente, a veces por el mercado o, peor aún, por el Estado. Hace ya mucho tiempo que Erich Fromm nos indicaba que cabe hablar de un concepto de salud mental que es fundamentalmente el mismo para el hombre de todas las culturas y que sirve para discernir cuál es la sociedad sana (cfr. Fromm 1955: 63). El relativismo cultural, que imagina que el ser humano se podría adaptar sin problema a cualquier estructura social, choca con límites. Llevan más razón quienes sostienen que existen unas necesidades del hombre de índole objetiva y transcultural.
Estas necesidades básicas, según la propuesta de Fromm (1968: cap. IV), serían las siguientes, cada una de ellas susceptible de polarizarse en un sentido que llamaremos positivo o bien negativo:
A. La necesidad de relación se orienta positivamente al amor al otro, en las antípodas del narcisismo individual o social.
B. La necesidad de trascendencia favorece positivamente la creatividad, la biofilia o amor a la vida, mientras en su orientación negativa propende a la destructividad, la necrofilia o amor a la muerte.
C. La necesidad de arraigo se polariza hacia la fraternidad, la independencia y libertad, frente a la fijación incestuosa (en la madre, la familia, la nación la iglesia), en una relación negativa de dominio- sumisión.
D. La necesidad de sentimiento de identidad se da como afirmación de la individualidad o, por el contrario, como conformidad gregaria con determinadas pautas culturales objeto de identificación.
E. La necesidad de un marco de orientación y devoción que puede favorecer el desarrollo de la razón en cuanto sistema de ideas y valores, o bien, por su ausencia, conducir a una vida marcada por la irracionalidad.
Cuando el comportamiento del individuo sujeto humano se orienta fundamentalmente en el sentido positivo de esas necesidades, se observa un "síndrome de crecimiento" que hace avanzar la humanización. Esto se reflejará vivencialmente como confianza interior, espontaneidad, libertad y alegría.
En cambio, si el comportamiento se orienta negativamente, regresivamente, se produce un "síndrome de decadencia" tendente a la deshumanización (cfr. Fromm 1964: 133). En este caso, el sentimiento concomitante será de impotencia, angustia, frustración y envidia. Porque el impulso vital se ha desviado hacia efectos destructivos.
El despliegue de las actitudes positivas, que hace que los humanos satisfagan constructivamente sus necesidades básicas, requiere el fomento de condiciones sociales que lo hagan posible, así como la formación de individuos con esta orientación.
De ahí que lo vivido se convierta también en semáforo de las estructuras sociales. Las estructuras opresivas y corruptoras suscitan malestar. La transformación positiva del hombre y de las estructuras se coimplican.
Desde el impulso vital positivamente orientado surge la exigencia de trabajar por unos modelos de sociedad que permitan a cada persona pensar, amar y crear por sí misma: vivir sin tener que renunciar a la autonomía para determinar las propias necesidades, sobre las básicas, y para gestionar los medios que las satisfagan. Lo contrario supone mutilar a las personas en lo más específico de su humanidad.
Con todo, un serio peligro acecha: puede darse una inversión, o perversión del impulso vital, que lleve a ver como normal y vivenciar con placer o con indiferencia la dominación de estructuras objetivamente deletéreas para el ser humano individual, para la sociedad y para la naturaleza. Es lo que ocurre en las sociedades humanas cuando se asienta sobre ellas un orden totalitario, ya sea al modo del leninismo, del mahometismo, o de sus tortuosos avatares.
Bibliografía
Fromm, Erich
1955 Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 2011.
1964 El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1966.
1968 La revolución de la esperanza. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1970.
Gómez García, Pedro
1988 "Epítome del paradigma estructuralista en antropología", Gazeta de Antropología, nº 6, artículo 3.
http://www.gazeta-antropologia.es/?p=3789
2005 "El análisis estructural de la cultura como modelo teórico", en Las estructuras de lo simbólico. Granada, Comares: 19-33.
https://pedrogomez.antropo.es/libros/2005-Las-estructuras-de-lo-simbolico.pdf
Lévi-Strauss, Claude
1971 El hombre desnudo. Méjico, Siglo XXI Editores, 1983.