1. Introducción
El presente trabajo tiene por misión el acercamiento, en la medida de lo posible, a lo que puede entenderse por naturaleza humana. Filósofos, antropólogos, teólogos, metafísicos, matemáticos… todos ellos han pretendido en algún momento definir este concepto, por regla general, basándose en sus vías de conocimiento como únicas válidas, pero cuando las han procurado complementar, se han visto precipitados a la realidad existencial que es el límite de la razón humana. Ello no obstante, considero de vital importancia arrojar a esta debatida y polémica cuestión algo de luz, aunque sea en base a deducciones extraídas de la obra Confesión de León Tolstói, relativa a la búsqueda del sentido de la vida.
Ello no obstante, no escasean las pinceladas sobre la naturaleza humana, pues no deja de ser una autobiografía por la que Tolstói fue buscando el camino del sentido y de la verdad, superando las dificultades de su esencia limitada e imperfecta. Por lo tanto, en aras a la satisfacción de estos fines investigativos, basaré este trabajo en una secuencia de citas que permiten su análisis en relación con el tema objeto de estudio, y que a su vez se hallan sistematizadas no por orden de aparición cronológica en la obra, sino por su calificación subsumible a uno u otro carácter propio de la naturaleza humana, como a continuación expondré.
Pero antes conviene, no obstante, contextualizar con la superficialidad mínima hasta el límite de lo necesario, a nuestro sujeto de estudio, León Tolstói, sobre quien afirmaré que su visión es tan válida como la de otros filósofos que escribieron sobre este tema, pero considero que extraer caracteres de esta obra, por su forma de redacción casi autobiográfica, facilita en mayor medida descubrir no solo el lado teórico, sino también práctico, de cómo el humano se desenvuelve. No es un hombre hablando de la naturaleza del hombre, sino un hombre que actúa como un hombre para poder hablar de su naturaleza.
2. Contextualización de Tolstói
2.1. Contexto personal
Nacido y fenecido en Imperio Ruso (1828-1920), Tolstói nació el cuarto de cinco hermanos, de una familia de nobles cerca de Moscú, para quedar huérfano bien temprano y bajo la tutela de sus tías. Rechazó una vida académica, y terminó por abandonar sus carreras de derecho y lenguas orientales, antes de pasar a una vida de ocio, derroches y malas amistades. Superada la guerra, se casó con Sofía Behrs, con quien tuvo trece hijos, de los que solo ocho sobrevivieron a la infancia, si bien Tolstói afirmó que no creía en el amor romántico. Ella se preocupaba por mantener la casa y sus miembros, y él se dedicaba a la escritura y a interactuar con los campesinos de la zona. Pero pasados sus cincuenta años, sintió que nada le satisfacía y comenzó a cuestionarse su ser y el sentido de su vida. Sus últimos años fueron de angustia, y ante las tensiones con su mujer se marchó de casa, hasta fallecer en la del jefe de estación de Astápovo.
2.2. Contexto socio-temporal
En su juventud descarriada en Moscú y San Petersburgo, estalló la Guerra de Crimea entre los Imperios Ruso y Otomano, donde fue al frente de batalla en el Cáucaso a petición de su hermano Nikolái. Ahí, fue reclutado como suboficial, pero aburrido, pidió permisos para ir a unos baños termales de la región, donde empezó a escribir.
2.3. Valores religiosos y filosóficos
Influyó en el desarrollo del anarquismo cristiano, por el que solo rige el derecho natural del individuo con Dios, y anarcopacifista, que promueve la no violencia activa. Esto sería un rechazo a la institucionalización eclesial del mensaje cristiano, pues consideró que la Iglesia ortodoxa estaba demasiado unida al Estado ruso. También le escandaliza que la mayor parte de los hombres se hagan llamar cristianos pero no practiquen las enseñanzas de Jesús, al igual que la Iglesia, que apunta que desde el siglo IV con Constantino, sigue más los intereses terrenales para imponer su verdad con violencia, que las enseñanzas propias de Jesús. Hasta tal punto alcanzó su crítica, que en el 1901 fue excomulgado de la Iglesia Ortodoxa.
Por lo referente a sus valores religiosos, se enmarca en la corriente realista, y en el libro objeto de estudio, hay un profunda referencia a valores existenciales entre su carácter esencialmente autobiográfico.
3. Inferencia de la naturaleza humana en Tolstói: caracteres
Los filósofos más avezados, por no mencionar los miembros de otras ramas que no tienen la reflexión de la esencia del hombre por especialidad, han debatido largo y tendido sobre la delimitación conceptual de la naturaleza humana, habiendo tantas definiciones como filósofos dedicados al tema, y aun así, ninguna lo suficientemente convincente como para imponerla sobre las demás.
Ello no obstante, nada impide tomar por base la obra citada anteriormente y extraer a modo de caracteres aquellos aspectos que fácilmente pueden ser objeto útil para un análisis de la naturaleza humana. La combinación de estos factores aproximará más al estudio de qué es esta naturaleza, cuál es nuestra esencia y nuestro fin, pero hasta entonces los caracteres deberían servir como definición, así como el que describe algo como inanimado, alado, con asientos, que vive en un aeropuerto y va de un destino a otro, sin llamarlo directamente «avión».
3.1. Compleja
La nota de complejidad se pone de manifiesto tanto ad intra como ad extra, si bien el segundo sentido no va referido esencialmente a la naturaleza humana stricto sensu, sino en cierta manera al proceso de su descubrimiento; la complejidad del camino (ad extra) hacia la compleja naturaleza (ad intra). Es inevitable percatarse, leída la obra objeto de estudio, de cómo la heterogeneidad de eventos temporales y circunstancias materiales, previsibles o no, puras o concupiscentes, le hacen adoptar puntos de todo punto incompatibles en su transcurso vital, sin saber si era avance o retroceso, pues conforme sabía más en apariencia, sabía menos en esencia, y cada paso era hacia la confusión.
Pasó de conformismo a curiosidad, de ahí a rebeldía, episodios repetidos como círculo vicioso con posterioridad, hasta el punto de desear la muerte antes de hallar la naturaleza humana y sentirse –si se permite– satisfecho. Pero ambas se vinculan aun así con la naturaleza humana, pues por el camino se conoce la esencia, así como un camino del bosque que se hace más estrecho y angosto conduce a su interior, y conforme se allana, amplía y se llena de luz, conduce a una salida próxima.
«Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien» (Tolstói 2013: 8).
Si bien se remite fundamentalmente al carácter de «destinada a un fin», no debe relegarse a un segundo plano en la vertiente de la complejidad, pues mediante esta cita, Tolstói denota su experiencia obtaculizada para llegar a comprender la naturaleza, esto es, sin siquiera haberla alcanzado. Un ánimo interior revuelve sus entrañas y le impulsa por algún motivo a alcanzar el bien, pero se constituyen como muros obstaculizantes la pasión o concupiscencia y la soledad. Parece derivarse que la naturaleza humana es el núcleo del hombre al que alcanza la reflexión sobre su misma condición, pero esa actividad mental debe romper las capas que la rodean externamente, capas sobre las que la mayor parte de la población se asienta creyendo haber entendido su fin. Y si la mayor parte no reflexiona se convierte esto en norma social, en costumbre, en el bien, porque «es su finalidad». Y así, que el hermano mayor de Tolstói sufriese burlas de su familia y terceros por conducirse por una vida pura y religiosa, ajeno a la norma social, o que la tía del escritor deseara como bien mayor para su sobrino que contrajera nupcias con una mujer adinerada.
Si la moral depende de lo socialmente normalizado, y la norma se asienta sobre la no reflexión y sumisión a la ignorancia de la metafísica de nuestro destino, el bien será todo lo que hay en esa capa exterior en la que no se ha profundizado, por lo que se alaba quien vive en arena y no al uno de pocos que cavan y hallan agua, verdadera vida.
«Esa creencia en la importancia de la poesía y en la evolución de la vida era una religión, y yo era uno de sus sacerdotes» (Tolstói 2013: 9).
Precisamente, se ve en este punto cómo la nube de sus apetitos pasionales ciega la rectitud de su visión, esto es, cómo el núcleo de naturaleza humana está recubierto, entre otras pasiones, por la ambición. Al fin y al cabo, ningún poder anhela tener poderes superiores en jerarquía que los subordinen a sí, y puede que en este sentido, el rechazo de Dios sea un rechazo a la posibilidad de un Ser con dominio más preponderante que el del hombre sobre la faz de la tierra, como se detallará más adelante en la nota de «limitada». Pero cuando el poder recae sobre uno, desde el momento en que se le alababa con palabras y recompensas financieras por su poesía y su supuesto valor educativo, rechazó temporalmente su camino de reflexión porque se había convertido en Dios para los hombres.
Deberá impulsar su ánimo hacia una nueva reflexión crítica, objetiva e imparcial para reconocer la misma estructura por la que había rehusado su fe, mejor que abjurado por no ser tan tajante esta separación, pues veía en los demás «sacerdotes» su hipocresía y cómo predicaban en aras a su ascensión en el escalafón social y no por amor a la misma enseñanza y al conocimiento. El camino hacia el descubrimiento de la naturaleza tiene cebos de distracción de compleja superación, pues apelan a sus ansias según la norma materialista, conformista y voluntariamente ignorante.
Ciertamente podría argumentarse la ironía de criticar los escritos pero enseñar el sentido de la vida a través del escrito de esta autobiografía, pero no creo que la formalidad deba reputarse como el todo, puesto que si bien es cierto que la escritura es la misma, una tiene finalidad ambiciosa y la otra la de inspirar el pensar filosófico.
«Mi aspiración al perfeccionamiento personal, que ya antes había sido reemplazada por mi aspiración al perfeccionamiento general, mi aspiración al progreso, ahora se había convertido en una aspiración por conseguir todo lo mejor para mi familia y para mí» (Tolstói 2013: 12).
Conforme avanza la obra de tendencia autobiográfica, y por consiguiente el orden cronológico de la vida de Tolstói, se percibe cómo, efectivamente, la idea de la esencia de la naturaleza humana varía tanto por acontecimientos geográficos, como por eventos de trascendencia personal, en este caso en torno a la familia.
Esto no puede sino llevar a la confusión, pues parece una de las técnicas etnocentristas de los antropólogos, por las que se delimitan nociones con parámetros propios del delimitante y no del núcleo del objeto delimitado. Así, parece que en lugar de hallar la naturaleza humana para estudiarla, Tolstói se basara en su vida para definir la naturaleza humana. Así, reflexivo como ahora, se hizo menester cuestionarse el sinsentido de la vida, pues se preguntaba por qué hacía lo que hacía, desde la educación de su hijo, hasta escribir sus libros o tener hectáreas de terreno, pues traería dinero y fama, pero tampoco ello tenía un propósito o sentido nítido.
Por contemplar la extensión de este fenómeno más allá de Tolstói, en la obra Cannery Row de John Steinbeck, un personaje elogia la elocuencia de otro al hablar, Mack, afirmando que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos, cuando su oyente le replica que evidentemente sirve para obtener poder, pero cuál sería el sentido del poder. Tolstói es este oyente reflexivo. Lo meramente aparente no es nuestra finalidad, sino que la finalidad es mucho más compleja que alcanzar el poder.
«Cuanto más claros eran esos conocimientos, menos los necesitaba y menos respondían a mi problema» (Tolstói 2013: 24).
Se refleja aquí la idea de la complejidad más elemental, pues sería lógico pensar que cuanta más información se tiene sobre algo, mayores interrelaciones permitirá formar entre las distintas nociones y más claridad adoptará el mapa conceptual en su conjunto. Pero Tolstói señala todo lo contrario, de lo que cabe deducir que la complejidad de la naturaleza humana es tal que ningún pie vagador puede alcanzarla por azar, ni ninguna mente espontáneamente sin revelación divina. Solo está disponible a la mente del ejercitador de una sólida y verdadera razón y reflexión.
Implica a su vez la separación de las ciencias naturales, que con tanta claridad exponen sus resultados alcanzados con el método empírico, en ocasiones erróneamente aplicado, pues su objeto de estudio es el «cómo» y no el «por qué».
«No podía buscar una respuesta a mi cuestión en el conocimiento racional, ya que la solución dada por el conocimiento racional no era más que una indicación de que la respuesta solo puede obtenerse formulando el problema de otra manera, es decir, solo cuando se introduzca la relación entre lo finito y lo infinito en el razonamiento» (Tolstói 2013: 37).
La complejidad del camino es tal que desvirtúa casi de raíz el método de conocimiento empírico al que el hombre era más fiel; la razón. Pero la razón de lo finito alcanzaba lo finito, y sus preguntas sobre el infinito eran de aplicación al infinito. Así, le sorprendió encontrar un puente entre finito e infinito, que daba a la existencia finita del hombre un sentido del infinito; la fe. Solo por la fe y la vida de conformidad con la ley divina se destruía para lo finito toda idea de muerte como umbral de vida y no vida.
Y sin muerte no concebida como en su tradición, la fe es fuente de vida, el conocimiento del sentido de la vida del hombre. La fe así aceptada, reflexión mediante, sí es válida, y la naturaleza acorde a lo que preceptúa inevitablemente también, por ser accesorio a lo principal.
No sería de extrañar que la aplicación analógica de esta teoría tolstoiana del finito-infinito se desarrolle en plena concordancia con lo que creo que sería la teoría del perfecto-imperfecto, pues el hombre quiere descubrir su naturaleza con la razón limitada y las ciencias naturales, constituidas por personas limitadas y con un objeto de estudio que se limita al «cómo», refiriendo lo perfecto únicamente al Dios perfecto. No obstante, la fe es puente que enseña al cuerpo imperfecto a perfeccionarse según las leyes del Perfecto, y si no se perfecciona no cumplimos la finalidad, por lo que reduce nuestra naturaleza al sinsentido, o a un sentido que no podríamos conocer sin el auxilio de lo Perfecto, y un sentido que no se conoce ni se puede conocer no es lógico. Esta lógica del perfeccionamiento del fin se encuentra en mi otro ensayo desarrollada en profundidad, el titulado «Reflexión ontológico-teleológica sobre la convergencia filosófico-teológica en la esencia del sufrimiento del plano vertical».
«Aunque veía que esas mentiras que me habían causado aversión eran menos flagrantes en el pueblo que entre los representantes de la Iglesia, veía, con todo, que en las creencias del pueblo se mezclaba la mentira con la verdad» (Tolstói 2013: 58).
Concluyo con esta cita, donde parece reconocer que en el pueblo de fe impuesta, convive verdad y mentira, aun siendo ignorante, de modo que la imposición sí sirve para predisponer a los corazones a buscar el sentido de sus vidas de conformidad con su naturaleza, pero que sin reflexión, seguirá habiendo mentira, bien exterior por malinterpretaciones divinas, o del interior por quienes copian la tradición eclesial sobre sus cuerpos sin entender su significado, lo que avivará, cuando se percate el pensamiento, un sentimiento de haber sido engañado e impulsado hacia el sinsentido.
Tan compleja es la búsqueda que hace tambalear los cimientos de su fe y como vis attractiva le conduce al agnosticismo, para devolverle más tarde a la fe, una vez hallada la naturaleza, pues están íntimamente interrelacionadas según la visión que detallaré más adelante.
3.2. Abstracta
«Al percatarse de su absurdidad, no pudo continuar haciéndolas» (Tolstói 2013: 6).
Por medio de esta cita, Tolstói hace referencia a la serie de actos de la religión cristiana en que se educó y que tras su reflexión, asumió como imposición. La señal de la cruz, el reclinarse, las oraciones… las había llevado a cabo por mandato desde joven y las había adoptado como hábito, ejercitando en el plano físico sus manos, sus rodillas, su boca… Pero no puede más que enseñar que la naturaleza humana no es tangible ni poseíble sino como una parte interior del ser, o como concepto abstracto cuanto menos.
Principalmente se debería a que desde joven solo ejercitaba su plano físico, pero lo que no es físico no se desarrolla ejercitando este plano. Sin embargo, hay santos que realizando estas mismas actividades no las tachan de sinsentido, puesto que han leído y meditado diariamente la Palabra de Dios y el significado que se plasma sobre estas actividades, que tienen por finalidad vital, por lo que la naturaleza humana no se descubre ejercitando solo el cuerpo porque no es cuerpo, y de ahí que Tolstói y muchos contemporáneos que no meditan sus acciones lo tachan directamente de imposición, hasta que vuelven a reflexionar al respecto y, habiendo ejercitado la mente y la esencia, vuelven a darle sentido a la fe.
Se resume en lo siguiente: La naturaleza bifronte del hombre, compuesta de cuerpo y alma. Si solo ejercita una, se convierte en semihumano, y de ahí que sienta que el hombre vive en el sinsentido, puesto que solo perfecciona la mitad de la naturaleza humana.
«Yo mismo no sabía lo que quería: me daba miedo la vida y luchaba por desembarazarme de ella y, al mismo tiempo, esperaba algo de ella. Y esto aconteció en un momento en que estaba rodeado de lo que se considera la felicidad completa» (Tolstói 2013: 15).
De carácter sencillo, aquí se evidencia cómo, aun teniendo la felicidad completa a los ojos de los demás en virtud de los parámetros materiales, no se sentía satisfecho, quizás porque la naturaleza humana, su núcleo, su esencia, está hecha para superar el mero materialismo y alcanzar algo de su propia naturaleza abstracto, sean pensamientos, ideas –como señalaba Platón–, o el mismo Dios.
«Yo sabía que era innecesario y equivocado, y por tanto los juicios sobre lo que era bueno y necesario no debían basarse en lo que otros decían y hacían, ni tampoco en el progreso, sino en mi propio corazón» (Tolstói 2013: 11).
A los ojos de los demás era incluso válida la ejecución de ciertas personas, y se alineaban con sus valores religiosos, políticos o de cualquier otra índole, pero Tolstói sentía en su interior de forma inexplicable que eso no era correcto. Su interior le movía más allá de la razón, y esta, de naturaleza limitada, como ahora se probará, no era capaz de entender esta otra fuerza, que ahora sabemos que es infinita y perfecta y solo la fe del Infinito y el Perfecto podría hacernos entender.
«Comprendí que la fe de esas personas no era la fe que yo buscaba, que su fe no era fe, sino solo uno de los consuelos epicúreos de la vida» (Tolstói 2013: 41).
Considera que la naturaleza humana se comprende mejor con la fe verdadera que la guíe hasta lo infinito y lo perfecto de su esencia, pero en ese camino a lo abstracto es necesaria la reflexión sobre la fe, pues aunque un feligrés y otro compartan principios, uno por imposición ignorante y otro por imposición reflexionada, uno usará la fe como hábito para ser consolado en lo finito por lo infinito, y otro la usará como puente para ir de lo finito a lo infinito, que es su función actual. La naturaleza humana, en rigor, no está hecha para ser consolada en el plano físico, sino para ascender al plano místico, donde se encuentra.
«Al levantarme temprano para ir a misa, sabía que realizaba una buena acción, aunque solo fuera porque sacrificaba la comodidad de mi cuerpo para dominar el orgullo de mi espíritu, para aproximarme a mis antepasados y a mis contemporáneos, para buscar el sentido de la vida» (Tolstói 2013: 52).
Aquí se resume lo visto relativo a la abstracción, pues se refiere tanto a la física como a la mental, uniendo ambas para alcanzar el sentido de la vida y, por ende, de su naturaleza en la vida.
3.3. Limitada
«A juzgar por algunos recuerdos, nunca creí seriamente, solo tenía confianza en lo que mis mayores me enseñaban y profesaban ante mí; pero esa confianza era muy vacilante» (Tolstói 2013: 5).
Los seres humanos son seres curiosos, pero hay barreras del pensamiento, límites cuya razón no puede sobrepasar, ni siquiera en la búsqueda de su misma naturaleza. En muchas ocasiones, nuestras respuestas se vuelven automáticas al incorporarlas de la tradición, y como afirma Tolstói esto implica conformarse con verdades impuestas sobre las que no cabe la reflexión. De ahí que cuando reflexionó sobre la religión pasara de curioso a rebelde, por sentirse preso de una burbuja de mentiras, pero su razón era demasiado limitada y estaba confundida sobre qué creer.
Ahora bien, este sentimiento de limitado se plasma no solo sobre su concepción de sí, sino sobre su concepción sobre los demás, puesto que no deseaba asumir sin más las verdades heredadas por tradición de las personas, por considerar que esto era una «confianza muy vacilante». No obstante, si creyera firmemente que el dador de la tradición es un Dios omnipotente que todo lo sabe y nunca yerra, no tendría problemas en confiar en sus mandatos como verdades, pero cómo va a confiar en humanos que sabe en su interior, consciente o inconscientemente, que tienen conocimiento limitado sobre la verdad, más aún cuando no reflexionan por sí mismos, sino que se dejan convencer.
«No es posible que este estado de desesperación sea común a todos los hombres» (Tolstói 2013: 19).
En el punto de su vida sobre el que realiza esta afirmación, había entrado en un bucle de negacionismo existencial que lo redujo a una llanto generalizado en el que no quería asumir el sinsentido antropológico, pero que inevitablemente le llevó a afirmar el mismo. Ahora bien, no escuchó a sus instructores en la fe por ser humanos que no reflexionaban y no tenían la verdad por lo limitado de su capacidades, pero igual que esos humanos carecían de omnipotencia, él compartía esa condición.
En ese sentido, debería asumir que su capacidad de reflexión es de mucha menor envergadura que la propia esencia del hombre, que igual no está destinada a ser entendida por la razón humana por sí sola. Sencillamente, todavía no ha alcanzado una respuesta, pero si tiene la capacidad de buscar el sentido es porque tiene uno, pues creo con firmeza que solo aquellos seres sin sentido carecen de su capacidad de búsqueda, desde las plantas a los animales, por no hablar de simples objetos. Estos tienen propósitos materiales movidos por el instinto, pero no deseos ni razón.
«Que ‘en el espacio y el tiempo infinitos, todo se desarrolla, se perfecciona, se complica, se diferencia’ eran palabras desprovistas de sentido, puesto que ‘en el infinito no hay complejidad o sencillez, antes o después, mejor o peor’» (Tolstói 2013: 20).
No solo señala que, en particular, la ley del infinito desarrollo del todo a un estado de perfección y complejidad es una falacia, sino que lo extiende, en general, a todas las ramas de conocimiento humano, que erran o carecen de respuestas, desde las ciencias naturales que solo explican el funcionamiento de las cosas, hasta las ciencias especulativas que refieren nuestra naturaleza a ideales y valores de la humanidad, pero para ello habría que resolver el misterio de la humanidad, constituida por humanos ignorantes.
Evidentemente, como una pieza de un puzle no va a saber dónde pertenece hasta que vea la imagen al completo de lo que busca, un individuo no conoce su función hasta que no entiende la del todo en que se constituye como parte. Pero lo limitado de su razón le conduce al círculo vicioso de conocerse a sí por la humanidad, pero conocer la humanidad tras conocer su esencia de humano para saber que se integra en esta humanidad. Esto es, que para entender el completo hay que entender a sus partes, para entender la humanidad hay que entender a los humanos.
Creo que esto se explica mejor con el símil del agua y de la lluvia. Es evidente que el agua no entiende lo que es la lluvia, a pesar de ser parte de ella. No la entiende porque no tiene razón, pero el hombre puede entender el agua y desde ahí entiende la lluvia, porque tiene razón por la que de lo particular entiende lo general. Esto se debe a que el agua es de naturaleza inferior en lo que a la razón se refiere que el hombre. No obstante, esta razón del hombre, superior respecto de la del agua, se rebaja cuando se compara con su propia naturaleza, a la que no consigue alcanzar. Si vemos que un objeto (agua) no se entiende a sí, sino que lo entiende un objeto superior (humano) que le dota de función (norias de agua, regadíos), también se aplicará para entender que la razón del hombre es insuficiente para entenderse a sí, pero puede ser entendido y guiado por una razón superior que no forma unión con el hombre en naturaleza, y este podría ser Dios.
Tolstói reconoce el vínculo entre fides y ratio, como el papa Juan Pablo II, pues la segunda reconoce a la persona y la primera la complementa en sus limitaciones.
«Esa fuerza me llevó a considerar que yo y cientos de personas de mi clase no conformábamos toda la humanidad, y que yo todavía no conocía lo que era la vida para la humanidad» (Tolstói 2013: 34).
Precisamente, este límite llega tan pronto como se descubre que la naturaleza humana está escondida no solo en el interior de uno, sino en el corazón de la humanidad, pero para entender esta se necesita conocer la esencia individual de cada parte para poder construir el todo, pero ni siquiera las partes saben quiénes son, por ignorancia o límite. Al igual que el agua no se entendía y no podía comprender la lluvia, se necesita algo superior al hombre y la humanidad para descubrir nuestra naturaleza.
De ahí que se justifique la religión y la fe como único medio aparente por el que el Superior se comunica al inferior para darle su función, como el hombre al agua, que no tiene de que comprender sino obedecer, y de ahí los dogmas de la fe y que esta se base en la creencia sin haber visto, en el saber sin haber sabido.
«Pero omitía más adelante las palabras: ‘Creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo’, porque no las entendía» (Tolstói 2013: 52).
Tolstói, al no entender el dogma de la Santísima Trinidad, no lo reconoce en alto para no sentir que vive en una nueva imposición, pero creo que esta alternativa no se alinea con su visión del mundo, puesto que si cree que la fe le salva de su ignorancia limitada, tiene que obedecerla, porque el reconocer a un Dios omnipotente y es reconocerse a uno como limitado, y si pretende seguir solo lo que entiende, rompe la idea de fe, que le sirve precisamente para suplir lo que no puede comprender por la razón.
3.4. Universal
Es la otra cara de la moneda de la interrelación, pero se refiere al dato objetivo, por el que la naturaleza humana, con independencia de los output o circunstancias de toda índole que la moldean de una u otra forma, siendo esto causa de las distintas religiones distribuidas por el mundo mayoritariamente por motivos geográficos e históricos vinculados a esa geografía, es la misma para todos como verdad absoluta. Se debería, por un lado, a la lógica de que el hombre tiene un mismo origen y un mismo final, que es el de la humanidad, y más allá, en el plano teológico que tanto sentido cobra para comprender nuestra naturaleza, por el que existe la esencia como verdad absoluta frente a la verdad relativa, que no es más que opinión o discordancia entre visiones parciales, como demuestro en mi ensayo «Crítica ontológico-filosófica al relativismo sofista frente a la clásica verdad platónico-socrática del plano horizontal», al que me remito en este punto.
3.5. Interrelacionada
A diferencia de la nota de universalidad, la interrelación se refiere, una vez reconocida la esencia que compartimos los humanos, a los actos tendentes a averiguarla por la unión de las visiones parciales que constituyen el todo.
«Yo compartía entonces las burlas de los mayores y la conclusión que saqué de ellos es que era preciso estudiar el catecismo, ir a misa, pero que no hacía falta tomárselo demasiado en serio» (Tolstói 2013: 5).
Se hace aparente que el hombre mayoritario, el que no pone atención a la reflexión, vive en el plano material y no en el de las ideas, y como tal, su naturaleza humana le lleva a interrelacionarse pero no puede hacerlo más que por la unión física de personas, los nacionalismos, la tradición, la norma social… Pero quien camina por la ruta hacia la esencia y busca una interrelación de naturalezas y no de cuerpos, es burlado por salirse de lo considerado la naturaleza humana, esto es, la norma social de actuaciones imperfectas que oscurecen la verdadera naturaleza pero que como tradición se ha constituido como verdad; la naturaleza del hombre es disfrutar, vivir el presente… Y quien no sigue estos parámetros es burlado.
Pero el etnocentrismo en la antropología es una vía de conocimiento muy criticada por eso mismo, por intentar comprender lo ajeno con los parámetros propios, pero peor aún, aquí se está juzgando la esencia universal que lleva en parte un sujeto en base a una visión ignorante y mayoritaria de la misma esencia universal. Todo hombre busca interrelacionarse por su naturaleza social, sea en el plano material si no han reflexionado o en el plano espiritual si ya han cavado más en el hoyo de su núcleo vital y se acercan al agua que mencionamos anteriormente.
«Ahora, recordando esa época, veo claramente que, aparte de los instintos animales, la fe que guiaba mi vida, mi única, mi verdadera fe, era la fe en el perfeccionamiento» (Tolstói 2013: 11).
Aunque en esta etapa inicial de su actividad reflexiva llegó a una conclusión que más tarde desvirtuaría, en esta como en la siguiente hace cierta mención a la interrelación de las personas por y para la interconexión de sus naturalezas. De momento, en la que se refiere a esta etapa, consideró que el perfeccionamiento de uno mismo se medía en base al pensamiento de los demás sobre su persona.
«La vida en Europa y mi contacto con europeos eminentes y eruditos me confirmaron aún más en mi fe en el perfeccionamiento general, por el que yo vivía, puesto que encontré en ellos la misma creencia» (Tolstói 2013: 11).
En esta segunda etapa en que se introduce en un círculo de escritos aclamados cambió su idea de perfeccionamiento, pero se veía no influenciado, pero sí reforzado, por las visiones de terceros.
«Nuestro verdadero objetivo, nuestro deseo más íntimo, era obtener la mayor cantidad de dinero y de alabanzas posible» (Tolstói 2013: 10).
Este es un claro ejemplo de las inconveniencias de la interrelación puramente materialista, por la que la naturaleza humana parece tender, por los valores concupiscentes que la rodean, a la ambición y al poder, buscando en los demás dinero y alabanzas. No obstante, Tolstói explica cómo él y sus compañeros se sintieron queridos, y el sentirse así era más relevante que el hecho mismo de que engañaban con sus enseñanzas reputadas de «reveladoras», cuando ni siquiera ellos sabían qué enseñar, siempre y cuando fueran alabados. Ahora bien, en cuanto alguno de estos sujetos de poder era contrariado en alguna de sus ideas por los otros, no proseguían el diálogo para alcanzar la verdad, sino que tomaban caminos separados y seguían enseñando para seguir siendo adulados.
Esto es, buscan la interrelación con personas que piensan y actúan como ellos, pero en el momento en que alguno no se somete a sus postulados, es objeto de crítica y burla. Claramente, esto vuelve al hecho de la imposición de verdades, y la interrelación material entra en discordancia, mientras que en la de naturalezas perfeccionadas por la fe, al ser universal y perfecta según la visión teológica, es la más apropiada porque sí permite avanzar, ¿y qué es un camino hacia el descubrimiento de la finalidad si no se avanza por él?
«Descubrí que para la gente de mi clase social hay cuatro maneras de escapar a la terrible situación en la que todos nos hallamos» (Tolstói 2013: 30).
Para Tolstói, estas maneras son la ignorancia del «vive sin preguntar», el epicureísmo del «bebe tu vino con alegre corazón», la fuerza y energía del «la vida es más feliz si muero así que me mato», y la debilidad del «la vida es más feliz si muero pero no me consigo matar».
Las dos primeras no le son aplicables porque ya ha entendido la inevitabilidad de la muerte y no puede fingir que no lo conoce o disfrutar del presente, respectivamente según los casos. Por lo que se refiere a la tercera, por mucho que le atrae la idea, se siente incapaz, debiendo anotarse que teme a la muerte y matarse le acercaría a ella. Por eso se le aplica la cuarta, pues no puede matar, si bien considero que deberían invertirse los dos últimos términos, pues es más lógico que la vida tenga el sentido de no matarse sino vivir, y que es más fuerte sufrir en la adversidad que huir de ella.
En cualquier caso, en vinculación la interrelación, Tolstói asegura que en ninguna forma se llega a comprender el sentido de la vida, pero que de todas formas la humanidad parece sentir que tiene un propósito, desde que los hombres deambulan por la faz de la tierra y evolucionaron hasta nuestros días. Hay algo que les mantiene unidos en la incertidumbre, y esto es un destino común a todos los hombres de todos los tiempos, pasados, presentes y futuros.
«Lo mismo que los animales, debe preocuparse de las necesidades materiales de la vida, pero con la única diferencia de que él morirá si lo hace solo: debe hacerlo no solo para sí mismo, sino para todos» (Tolstói 2013: 44).
Tolstói apunta que el pájaro se ve feliz construyendo nidos sobre los árboles y alimentando con lombrices a sus polluelos. El hombres, siguiendo esta lógica, también tiene que vivir de conformidad con su fin para ser feliz y que su vida cobre sentido. Ahora bien, la diferencia entre hombre y pájaro es que el primero tiene fines y propósitos, mientras que el segundo solo tiene propósitos o destinos.
Los propósitos de una especie son individuales, y un pájaro busca comida para su nutrición y vuela hacia su ecosistema favorable, pero si muere lo hace solo. Sin embargo, el hombre tiene un fin, y el de uno es el de todos, porque el fin de una especie tiene que ser común a la esencia de toda ella, y solo tiene sentido que tenga fin la especie que tiene razón para conocerlo. Los propósitos pueden existir con meros instintos animales, pero el fin que va más allá de simples propósitos temporales, por poder desarrollarse plenamente en la actividad mental y no con rumbo de pies, requiere de la interrelación de los humanos para entenderlo, porque su naturaleza está interrelacionada.
Así, quienes sean torturados dirán que la vida es un gran mal, y los santos dirán que en el sufrimiento se halla un gran bien, pero su naturaleza es la unión de todas las visiones parciales, conocido solo por Dios por lo limitado de las criaturas para conocer a todas las demás. Si anula la idea de Dios se genera el verdadero sinsentido de que la vida es un sinsentido en que tenemos razón para descubrir que no tiene sentido.
«Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien» (Tolstói 2013: 8).
Si bien es cierto que la naturaleza humana es pura y buena, y por eso busca hacer el bien, se ve obstaculizada por su imperfección limitada, tanto por la corrupción de los pecados y las pasiones animales, como por la soledad. Al fin y al cabo, el bien solo existe, desde un plano objetivo, en la medida en que existe mal, pero desde un plano subjetivo, en la medida en que hay un sujeto sobre el que realizar la acción o pensamiento que se califica de bueno. El bien es un efecto que se causa sobre alguien o sobre algo que beneficia a alguien; cortar el tronco de un árbol no bueno en esencia, salvo que con él se pretenda construir una choza para protección de los más vulnerables.
«Si uno no se somete a los rituales de la Iglesia, destruye el amor; y si uno destruye el amor, se priva de la posibilidad de conocer la verdad» (Tolstói 2013: 51).
Cobra sentido entonces que más adelante, Tolstói argumente que los hombres deben amarse de conformidad con la doctrina cristiana, por la que Dios se hace presente en todo núcleo de personas con mínimo de dos partícipes en que su nombre se ponga de manifiesto, y solo en comunidad revela Dios la verdad o a uno en aras a su difusión en la comunidad, manifestado en los profetas, los Santos con revelaciones y en la Iglesia misma como comunidad de cristianos que en cada misa educa en la Palabra de Dios. La interrelación de las personas en el plano meramente material está en plena concordancia con el amor del plano teológico.
«Era tan feliz (…) al unirme en pensamiento a las aspiraciones de los Padres que escribieron las oraciones de devoción, tan feliz por la unión con todos los creyentes, los de otro tiempo y los de hoy» (Tolstói 2013: 54).
Tiene sentido que compartamos finalidad, puesto que las piezas individuales de un puzle necesitan juntarse con otras de su molde para formar el Puzle y comprender qué dibujo está formando: la humanidad. Cualquiera que acepte la lógica de la aspiración a la felicidad o eudemonía (εὐδαιμονία) de Aristóteles, no tiene fundamento para considerar la fe como vía concreta a esa felicidad particular que a la vez es común a toda esencia.
La perfección de la interrelación, por la que toda la humanidad de todos los tiempos se hace una, curiosamente es de todo punto imposible para la ciencia descubrir, pues no puede resucitar a los fenecidos, ni apresurar a los que nacerán más adelante, así como para la razón, pues, si no llega a comprender a uno mismo, mucho menos a sus contemporáneos, y muchísimo menos a la humanidad no presente. Sin embargo, destacaría que el dogma cristiano de la comunión de los santos, tan puesto de manifiesto por santos como el padre Pío, es la perfecta interrelación de vivos y muertos; la Iglesia militante, purgante y triunfante, esto es, los vivos, los del purgatorio y los del cielo. Todos se hacen uno bajo una misma naturaleza e interceden unos por otros, pero curiosamente no interceden por los del infierno, como ausencia de Dios, y si se me permite, como rechazo a la finalidad que el hombre debía cumplir en su vida, bien por reflexión o bien por sumisión de los postulados de la fe que el Superior nos da frente a lo limitado de nuestro conocimiento.
Al fin y al cabo, la fe, al contrario que cualquier rama humana de conocimiento, es permanente y se refleja en lo constante de la tradición, por lo que será mucho más asequible una naturaleza dependiente de lo inmutable que otra variable en función de condicionantes ajenos o tan intensos como la propia razón. En caso de que la esencia cambiara, es decir, se basara en lo material –y por ende en toda rama que estudia lo material–, habrá una idea de humano con dos esencias, que rompe toda regla de la lógica si entendemos que el hombre es un solo núcleo bifronte. La fe nunca cambia, al contrario que la razón con todas sus imperfecciones.
3.6. Destinada a un fin
«Al percatarse de su absurdidad, no pudo continuar haciéndolas» (Tolstói 2013: 6).
La naturaleza humana tiene un fin de perfeccionamiento, pero en el momento de confusión y rebelión frente a lo impuesto, se alcanza un estado de sinsentido que el hombre rehúsa, hasta el punto de que Tolstói desea la muerte. Vivía mientras ignoraba completamente la idea de un fin, o lo buscaba con ánimo, pero en el momento en que aparece la negación de su existencia total, de tajo, la naturaleza humana parece quedar también sumida en el sinsentido.
Solo Dios, ser omnipotente, tiene la esencia de ser. No precisa desarrollarse, evolucionar ni cambiar para ser, sino que se ubica fuera del universo, en estado infinito, inmutable y absoluto, pero esta persecución de una finalidad es lo que hace humana e imperfecta nuestra naturaleza terrenal, que si no tiende hacia el fin y se desarrolla hacia el mismo, no puede ser. El ser no se constituye como esencia principal, como en Dios, sino como accesoria que permite la esencia de perseguir el fin impuesto por quien su esencia es puramente ser.
«Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien» (Tolstói 2013: 8).
El hombre, sobre el que la moral está sólidamente arraigada, está en constante búsqueda del bien, en términos generales, con connotación religiosa o laica, si bien se hace la nota de que son valores que, como el fin común, son abstractos y al que ningún animal puede aspirar. Y si podemos aspirar a ello es porque se nos requiere, bien biológicamente como evolución a un estado inteligente del hombre, o más lógicamente y con influencia cartesiana, como infusión de ideas superiores por un Ser Superior que jamás habrían sido objeto de pensamiento del hombre de lo contrario.
«La verdad era que la vida es un absurdo» (Tolstói 2013: 15).
En el camino al descubrimiento del sentido de la vida, descubre que la vida está tan falta de sentido como todas sus actividades, de las que siendo algunas necesarias, son igualmente un sinsentido, y solo lo encuentra por la vía epicúrea cuando estaba borracho y se recreaba en sus hábitos mundanos. Así las cosas, creía que había sido puesto en el mundo con las ideas del poder y la ambición para que, una vez en la cima, se diera cuenta del sinsentido de esos logros y el Ser que le puso ahí se pudiera reír y burlar de él.
Más bien, considero que esto demuestra cómo el hombre cree que tiene una finalidad, impuesta o no, reputándola de sinsentido en el primer caso porque solo se cumplen los designios del Ser superior al reírse de la no finalidad de sus creación. Pero yendo más allá, creo que esto es una crítica a quienes no reflexionan sobre su finalidad, reputándolos borrachos que voluntariamente beben así como voluntariamente rechazan la reflexión, y los que sí lo hacen por otro lado, que serían los sobrios que con claridad de mente buscan su finalidad, aunque no la encuentren, pero que saben que la hay.
«Habiendo aceptado el sentido que atribuía a la vida la verdadera humanidad que formaba parte de esa existencia genuina, tenía que comprobarlo» (Tolstói 2013: 46).
Me pareció curioso la nota de «verdadera humanidad», al contrario que la mera mención de «humanidad», y es que la diferencia fundamental es que una considera la naturaleza bifronte de cuerpo y alma, mientras que la otra busca las respuestas mediante el puro materialismo y racionalismo, olvidándose del aspecto espiritual del hombre. Pero si el fin está en la esencia abstracta, para ello se ha de reflexionar, esto es, caminar por las ideas y no el terreno físico, por lo que de nada sirve estar borracho y pensar que el fin no está.
Por lo tanto, volviendo a la visión teológica, como única apta para resolver de algún modo la cuestión del sentido de la vida y la naturaleza humana, cuando se habla de humanos que rechazan esta naturaleza bifronte que también recogía Platón, como parte de esta «falsa» humanidad, deberían entenderse por tal aquella no coincidente con su forma verdadera, esto es, con su estado original. Al fin y al cabo, si la esencia no varía, debe mantenerse como núcleo estable desde el primer hombre hasta el de nuestros días, idea sobre la que se fundamenta la tradición con independencia de los cambios sociales.
Y el fin, siguiendo la línea de esta idea de la esencia de origen como esencia de fin, es volver al origen. El hombre tenía el propósito de permanecer junto a Dios en felicidad eterna, o en su visión platónica más filosófica y laica, como el alma permanecía en el perfecto mundo de las ideas. Pero este hombre voluntariamente rechazó los principios divinos de Dios al desobedecerle –remitirse a la historia de Adán y Eva y el pecado en el Génesis–.
Si desea volver a su origen, debe volver a cruzar voluntariamente el umbral del sufrimiento que fue la separación de Dios, cuando se cruza hacia fuera, pero esta vez hacia la unión con Dios, cuando se cruza hacia dentro, y esto se hace obedeciendo sus principios divinos.
Tolstói define correctamente este mundo como absurdo y tendente a la muerte en total concordancia con la visión cristiana, porque ese umbral de muerte es el que cruzamos los humanos hacia este mundo de sufrimiento y pecaminoso, y ahora debe volver a cruzarlo hacia el otro lado, que es la vida. Esta vida es muerte y esta muerte es la puerta a la vida. Esto me llevará a argumentar que el fin del hombre es sufrir para alcanzar la vida, y la naturaleza es por tanto, sufriente en sentido material y amorosa en sentido espiritual. Su alejamiento de la religión ha sido como salir de un prado a abierto para entrar en un laberinto sin salida, o mejor dicho, donde la única salida es la entrada.
3.7. Libre
«El descubrimiento era que Dios no existía y que todo cuanto nos enseñaban no era más que pura invención (…). Estábamos muy excitados y acogimos la noticia como algo sumamente interesante y completamente posible» (Tolstói 2013: 5).
Con independencia de la veracidad o falsedad del contenido del descubrimiento, es curiosa la afirmación que hace de la felicidad y la excitación como corolario de este alejamiento de la imposición de verdades. Tolstói sintió que había descubierto la fuente de su opresión, y se alegraba al sentirse libre, y es ahí donde despierta la curiosidad de la naturaleza humana por aprender y descubrir más, en este caso, qué más mentiras había y sobre qué más debía reflexionar con mente crítica.
Esta libertad es el núcleo de la fe, pues no se puede atribuir a la veracidad de la fe la corrección o incorrección de los procesos de enseñanza, impuestos, sino que todos somos libres alcanzada la madurez para tomar las decisiones que creamos oportunas. Se puede argumentar que en estos procesos de enseñanza impuestos por humanos hay contradicciones, pero ello no es atribuible a la pureza religiosa, basada en la revelación, libre de aceptar o no desde el corazón individual. Tal y como señalaba Blaise Pascal, y recogido, entre otro, por el padre Loring en su majestuosa obra Para salvarte, «en la fe hay suficiente luz para quienes quieren creer y suficientes sombras para cegar a quienes no lo hacen».
«Pero el hombre de nuestra clase social que ha acabado sus estudios y no ha entrado al servicio del Estado, aún en nuestros días pero todavía más en el pasado, puede vivir décadas sin recordar ni una vez siquiera que vive entre cristianos y que él mismo es considerado un miembro practicante de la fe cristiana ortodoxa» (Tolstói 2013: 6).
La gente a la que se refiere Tolstói en este punto son los educandos, pues era obligatoria la enseñanza religiosa en su contexto, y los que entran en los servicios del Estado, que debían probar que habían recibido la sagrada comunión. Pero argumenta que tanta imposición desnaturaliza la religión, y con ella la libertad de fe que conlleva, convirtiéndola en un hábito o norma social que organiza al hombre, pero a este no le gusta sentirse oprimido, tachando de perjudicial lo opresor. Y según este planteamiento, ¿cómo seguirán los principios de una religión que predica la bondad pero que es opresora y nociva en esencia? La naturaleza humana tiende a buscar su liberación.
«Como yo comencé a leer y a pensar mucho a una edad temprana, mi abjuración de la fe se dio pronto y con total discernimiento (…). Creía en Dios o, más bien, no negaba a Dios, pero no podía decir qué clase de Dios era ese. No negaba a Cristo ni sus enseñanzas, pero tampoco podía decir en qué consistían esas enseñanzas» (Tolstói 2013: 7).
Hasta tal punto llega la reflexión a ansiar la libertad de pensamiento, prioriza aquella que nace del interior de uno mismo sobre todas las demás, especialmente la de las ideas impuestas y heredadas por las tradiciones, fundamento de la Iglesia cristiana. Rechazar la religión en este punto sería reflejo del deseo de abrazar la libertad, si bien mundana puesto que en este camino todavía no se ha alcanzado la esencia espiritual del hombre y por tanto su libertad todavía no estaba orientada hacia esta vertiente, aunque volvería.
«La única diferencia era que antes había aceptado todo eso inconscientemente, mientras que ahora sabía que no podía vivir sin ello» (Tolstói 2013: 48).
La libertad fortalece la fe, y por tanto, nuestra atribución del sentido a las parcelas de vida. Quienes adoptaron los hábitos de la religión por imposición y no reflexionaron sobre sus implicaciones, tienen una fe más débil, pues se limita a lo enseñado y no a lo que se puede expandir con el uso de la razón y las virtudes infusas. La construcción de una casa será más exitosa en manos de quien elabora el proyecto desde los cimientos hasta la última teja tras haber estudiado el terreno y los materiales, que el que lo recibe de manos de otro y tiene que interpretarlo haciendo frente a toda adversidad sin tener instrucciones para ello, ni hábito de construir soluciones para afrontarlo.
Si Dios nos lanzase a todos desde su orilla en barcas y en altamar nos encontráramos todos, sin saber de dónde veníamos pero con olas que van a favor de la orilla, seguiríamos remando contracorriente con tal de seguir el rumbo que llevábamos, pensando que el avance estaba delante. Pero las señales del agua quieren llevarnos con presteza a la orilla de la que salimos y a la que debemos volver para no ahogarnos bajo la fuerza de las olas. Esta retirada hacia atrás, hacia el origen, es señal de humildad para volver a la sencillez de la vida en tierra, en lugar de querer avanzar más que los demás barcos a través de las olas para ser el primero en alcanzar una orilla para poblar y asentar su poder.
4. Mis caracteres por extensión: sufridora de índole sacrificadora
Si se entiende la lista anterior como no exhaustiva y numerus apertus, añádele esta como carácter adicional, pero si se interpretase la misma con carácter de numerus clausus, entiéndase esta como núcleo de todas las características y no como otro carácter de la lista.
«Así me aferro a las ramas de la vida, sabiendo que el dragón de la muerte me espera inevitablemente, preparado para despedazarme, y no puedo comprender por qué soy sometido a este tormento» (Tolstói 2013: 17).
De esta cita únicamente se deduce la índole sufridora de la naturaleza humana tras la asimilación de la muerte inexorable, pero no hace mención del sufrimiento. Ahora bien, considero que Tolstói, al hacer referencia al sufrimiento, no entendía por qué estaba «sometido a ese tormento» porque le faltaba la cualidad sacrificadora. En un principio pensé que no lo entendía porque estaba omitiendo el detalle de que pudiera que esa era la finalidad humana, esto es, sufrir. Pero a su vez, tras más profunda reflexión, creí menester añadir que el sufrimiento en vano es un sinsentido, pues se sufre por una causa y una consecuencia, positiva o negativa, y el mero sufrimiento tampoco interesa a Dios. Esto es, en la medida en que no se le sacrifique el mismo.
Tolstói podía contemplar entre angustias a los ratones que se comían las ramas de las que colgaba para no caer al pozo donde le esperaban las fauces abiertas del dragón de la muerte. Pero ello no perfecciona la naturaleza humana si no sufre esta angustia de la muerte para ofrecerla al Dios que vino al mundo antes que él y sufrió, como queda constancia en archivos no solo cristianos, sino también laicos y judíos, históricos y científicos. Sufrió en sacrificio de la humanidad, y la humanidad se perfecciona sufriendo por Él. Tras el sacrificio, Dios Hombre alcanzó su liberación y la muerte se volvió vida. Ese es el mismo destino del hombre, y si su molde es Cristo, su naturaleza humana es la que adoptó este último, al que deben imitar en la medida de lo posible en sus actuaciones de bondad y amor, incluso en el sufrimiento.
Por ello no debe sorprendernos que santos como el padre Pío, Francisco de Asís o Lucía dos Santos participaran de la llamada «mortificación de los sentidos» en sus momentos de mayor lucidez en que su naturaleza humana se olvidaba de sus necesidades y sufría a través de ellas.
«‘La vida del cuerpo es un mal y una mentira. Por eso la destrucción de la vida del cuerpo es un bien, y debemos desearlo’, Sócrates» (Tolstói 2013: 28).
En efecto, la vida del cuerpo es un mal en sentido material, porque es sufrimiento físico hasta que se le dé la connotación de amor por la visión religiosa, como pongo de relieve en mi ensayo sobre la esencia el sufrimiento, y también es mentira porque el cuerpo no vive, sino que arrastra su muerte hacia la vida.
«‘La vida es lo que no debe ser, un mal’, Schopenhauer» (Tolstói 2013: 28).
Aquí se halla la diferencia del pensamiento de Tolstói con el fruto de mi reflexión, o más bien, extensión reflexiva de la de Tolstói, puesto que también entiendo que la vida es mal, pero me inclino en favor del cuerpo de santos que creen que sí es esto lo que la vida debe ser, al menos en lo que se refiere a la terrenal temporal. La eterna es todo lo contrario. Muchos santos han comprendido a nivel místico que su vida cobra sentido en su sufrimiento, que a su vez se muestra favorable si se sacrifica por el Dios que se sacrificó para convertir la muerte que tanto se teme en vida.
Es innegable en sentido teológico que la esencia de Dios Padre es ser, mas el Dios Hijo hecho hombre, aun siendo de la misma naturaleza en esencia que el Padre, adoptó la naturaleza humana, y se hizo a sí mismo oferente y ofrenda.
«‘Todo en el mundo, la necedad, la sabiduría, la riqueza, la miseria, la alegría, el dolor, es vanidad y nadería. El hombre morirá, y nada quedará. Y esto es absurdo’, Salomón» (Tolstói 2013: 28).
Al contrario a mi parecer, es absurdo que siendo, precisamente, temporales, algunos se aferren a estos bienes o valores como si fueran eternos, y en cambio rehúsen de conocer la eternidad, al menos como posibilidad con cierto respaldo sólido de la felicidad eterna que anhelan sus pasiones extraviadas.
«‘Es preciso liberarnos de la vida y de toda posibilidad de vida’, Buda» (Tolstói 2013: 28).
Ciertamente realiza esta afirmación con base en la historia del príncipe Shakyamuni, que vivió siempre en su castillo, joven y eterno en su creencia, mas cuando salió se topó con un anciano, un enfermo y un cadáver, y vio que ese era su destino inevitable también, por lo que maldiciendo la vida no volvió a salir de su castillo. Indirectamente se destaca de nuevo la idea de que todos los humanos contamos con una esencia universal porque el destino de todos es uno.
No obstante, al hablar de liberarse de la vida, considero más oportuno hacerlo de tajo, es decir, que la muerte conduzca a un nuevo mundo, en un nuevo estado. Cuánto más radical el cambio, más lejos quedará la vida en la que se rehúsa permanecer. Sin embargo, el budismo cree en la reencarnación, es decir, el cambio de forma de las personas pero con su retorno a la vida terrenal, donde deberán continuar purificándose, por lo que ataja su rechazo a la muerte mediante una liberación de menor índole que la cristiana.
«Feliz el que no ha nacido» (Tolstói 2013: 29).
Queda resumido en su brevedad y en base a los argumentos expuestos en este mismo apartado, pues la generalidad de los hombres, no santos, serán más felices si no hubieran nacido, porque entonces no asumirían la naturaleza de humanos ni el consiguiente fin de sufrimiento sacrificador , por el que difícilmente se encuentra la felicidad, aunque no sea imposible.
«Contrariamente a los hombres de nuestra clase, que se oponían al destino y se indignaban por sus privaciones y sufrimientos, esa gente aceptaba las enfermedades y las desgracias sin cuestionarlas ni protestar, con la convicción serena y firme de que todo eso debía ser así y que no podía ser de otra manera, y que todo era para bien» (Tolstói 2013: 41).
Los humildes que trabajaban y sufrían portando la religión como báculo fue en quienes Tolstói encontró el sentido a la vida, pues se veía que no estaban nublados por condicionantes ajenos ni pecados, sino que los guiaba una fuerza sobrenatural por la que en la adversidad se comportaban con mayor elegancia y firmeza que los concupiscentes poderosos cuando pierden algo de alabanza. Y la naturaleza humana que se desprendía de estos «verdaderos humanos» era sufridora y, en el fondo, sacrificadora.
5. Conclusiones
I. La naturaleza humana tiene un sentido negativo: es compleja, lo que dificulta su asimilación; limitada, lo que dificulta su alcance; abstracta, lo que dificulta su concreción; universal e interrelacionada, lo que dificulta su unidad; destinada a un fin, lo que la oprime en la creencia del sinsentido; y libre, lo que le lleva a desvirtuarse del camino correcto.
II. La espiritualización de la naturaleza humana al plano divino le dota de contenido positivo: en el tormento del inevitable dragón de la muerte no entiende el propósito del sufrimiento, pero precisamente porque debe sufrir para poder sacrificarlo como acto más puro y elevado de amor hacia quien previamente se sacrificó por él y la humanidad. Jesús sufrió al rebajarse de rey divino a vulnerable niño humano, voluntariamente, sufrió en la tierra en la que se sacrificó por la humanidad, y sufrió en la muerte que abrió las puertas a su ascensión a los cielos, a su origen. Esa fue la naturaleza humana que adoptó, y como maestro que nos enseñó, debemos seguir sus enseñanzas e imitar su molde. El hombre de la pura creación se rebajó a hombre de pecado, voluntariamente, sufrió su generación y la de toda la humanidad cargando ese pecado original, y debe sufrir su muerte que abre las puertas a los cielos, su destino original. Pero solo si demuestra en vida que quiere esa comunión, solo si demuestra que a través del sufrimiento, su amor hacia Dios es mayor. Sufrimiento físico de levantarse para misa, arrodillarse… y de espíritu al sentirnos lejanos a Dios hasta que le hallamos en nuestro corazón manchado.
III. Tolstói no creyó que la ciencia pudiera resolver el misterio del sentido de la vida, pero a pesar de todo lo expuesto, considero que en cierta medida, es gracias a la ciencia, erigida como componente necesario, que lo hemos descubierto. Al fin y al cabo, todo existe por su contrario, en términos puros (calor, frío / bien, mal) o en niveles intermedios (amanecer, atardecer). Incluso en la religión el demonio, el mal y el infierno son necesarios para entender a Dios, no por entenderlo autónomamente como fuego para los «malos», sino como ausencia de Dios, que es su característica en rigor. Por lo tanto, será necesario que el racionalismo científico exista para constituirse como límite en el descubrimiento del fin, hasta el punto de conducir a la casi muerte de Tolstói por su confusión en grado máximo de reflexión racional a la que pocos llegan, y recurrir por tanto a su opuesto, la fe, que en perfecta antonomasia sería dadora de vida y medio para comprender el verdadero sentido de la naturaleza humana y la vida en que se desarrolla.
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