Número 20, 2024 (2), artículo 5


La llamada del Ser a través de la técnica. Heidegger y el ‘desocultar provocante’


Carlos Julio Castellanos Hincapié

Funcionario de la Gobernación de Cundinamarca, Colombia. Bibliotecario en un colegio público del municipio de San Bernardo.




RESUMEN
Este artículo quiere mostrar que, con el dominio técnico del mundo el hombre no ha agotado el destino terrenal y que la idea de progreso no es la única forma de referirse al porvenir; que el verdadero sentido de la técnica puede ser, hacer de la verdad obra de arte.


TEMAS
creación · hombre · pensar · ser · técnica · verdad



El hombre habita el ser; a la vez, por el hombre el ser viene a la verdad. Ello es así en tanto se sabe existente, en tanto puesto en la vecindad de las cosas, las indaga, las comprende y de acuerdo con esa comprensión, que es una forma de valorar, construye su propia forma de ser en el mundo, «en este hacer acaece nada menos que la irrupción de un ente, llamado hombre, en el todo del ente y, en tal forma, que en esta irrupción y mediante ella, queda al descubierto el ente en su qué es y en su cómo es» (Heidegger 2003: 59). Si ese ser es construcción está sujeto entonces a la temporalidad, a ser vislumbrado de acuerdo con la manera como en cada época el ser se dé a comprender. Por ello, al tiempo que lo existente se da a conocer, también se oculta, pues en tanto entes –así seamos entes privilegiados– no nos es dado más que mudar de tiempo en tiempo la comarca del ser que nos alberga.

¿Qué es entonces la verdad? ¿A qué podemos llamar verdad? A aquello que se nos muestra y podemos traer a la palabra y responde adecuadamente a la manera de mentarlo –se dijo desde antaño–, pero y ¿aquello que queda sin nombrar en lo nombrado? ¿Lo que habita el lenguaje sin ser dicho? ¿Lo no dicho en lo dicho? ¿La ausencia que no es posible ignorar en la adusta concreción de lo presente y que por ello no deja de presentarse como ausente? En cuanto permanece como lo reservado del ser en la presencia, lo oculto, lo innominado, la nada es su porvenir en potencia y por lo mismo parte constitutiva de su esencia.

Así podemos decir del Dasein (ser ahí) que es un descubridor-ocultador, por cuanto al abrirse a una manera de dársele el ser, al optar por una concepción de lo existente y en consecuencia de la verdad, excluye otras formas de ver, estableciendo así una manera de morar en el mundo; a esa manera de morar y a su correlativa concepción de la verdad la llama Heidegger corresponder al ser (Entsprechung). Este corresponder se puede dar de dos maneras: como una aceptación incuestionada del mundo, como el moverse en una comprensión de término medio que conlleva la naturalización de la verdad de la época en que se vive (doxa) o como un auténtico meditar el mundo, como un poner en cuestión todo aquello que se da por supuesto y que en tal sentido sustenta la forma de morar el mundo que le es propia al hombre de cada época. A esto último es a lo que Heidegger llama φιλoσoφία (philosophia), a un pensar abierto a las múltiples maneras en que se da el ser, asumiendo así la difuminación de toda centralidad ontológica y de la pretendida esencialidad inmutable de lo humano (antihumanismo); a un pensar que medita a fondo sobre lo grave y lo gravísimo; esto es, sobre lo que da que pensar y sobre lo que desde siempre ha dado que pensar. En ese sentido el pensar filosófico es siempre presente, no historiográfico, no un sucederse superador de un pensamiento a otro, sino un siempre mantener al ser bajo su abrigo; por ello el pensamiento piensa siempre lo mismo, el ser. Leer a Platón, Aristóteles o los fragmentos de los llamados presocráticos no es un descender a la baja historia del pensamiento desde pensamientos superiores, sino entrar en la hospitalidad albergadora de fuentes inagotables; a esto llama Heidegger el Andenken, el rememorar o hacer fiestas de la memoria.  

Ya el hombre de Occidente ha atravesado dos grandes épocas, la de la antigüedad griega en que el ser era el pensar, la de la edad media en la que el hombre devino creatura y el ser, el Dios uno y trino de la cristiandad. Cada una de estas épocas emplazó al hombre a corresponder a esas formas de ponerse el ser en lo abierto de la comprensión, construyendo sendas formas de habituidad, lo que en nuestro tiempo se conoce más familiarmente como cultura; por ello dice Heidegger que la esencia de la verdad se funda en la esencia de la cultura y la esencia de la cultura se funda en la esencia de la verdad (cfr. Heidegger 1960: 68). A la primera época la filosofía respondió con el logos, con el pensar ordenador, a la segunda con la exégesis de la verdad revelada sobre la que habría de erigirse el ordo mundi.

¿Cómo corresponde el hombre a la época en que lo existente provoca ser mirado como lo moldeable por la voluntad, esto es a la llamada época moderna? Cuando el ser se allana de esta manera, el Dasein responde con la representación, troca lo existente en objeto que corresponde al representar de la razón según la manera en que se valúe. A partir de allí, «el mundo deja de ser objeto de la pura contemplación para convertirse en objeto de la manipulación y transformación en función de su utilidad para el bienestar y la felicidad terrestre del hombre» (Herrera 1995: 39), aspirándose, de tal modo, a una reapropiación del fundamento de lo existente, mediante el advenimiento y general imposición de la técnica moderna.

En tanto la metafísica constituye el fundamento del proyecto occidental de apropiación total del ente, la técnica moderna viene a ser la consumación de dicho proyecto, consumándose con ello de igual forma el olvido del ser. Cuando ello sucede los valores supremos pierden su fuerza operante y en consecuencia todo se convierte en valor, en lo que es en tanto sea valuado, y ese valuar viene determinado por la instrumentalidad, es decir por una racionalidad ajustada a fines. Sobre esa racionalidad se erige la llamada técnica moderna. El ex-sistente, el humano, en su olvido del ser no puede concebir la técnica de otra manera que como mera operatividad, como un proceder con arreglo a propósitos; y no lo podrá hacer mientras siga poniéndose –en la línea de la metafísica occidental– en el lugar de lo supremo.

Realmente lo que sucede es que la época del desocultarse el ser bajo el mero aspecto de lo ente, bajo la metafísica de la presencia, la época del olvido del ser está tocando a su fin; el entronizamiento del sujeto mediante el expediente humanista es la señal más clara de ello; con él adviene el desencantamiento del mundo y la objetivación de todo lo existente, el hombre entra en una relación de recíproca provocación con el ser del ente (übereignen). Por ello es por lo que la verdad adviene como un desocultar provocante (herausfordernde Entbergen); esto es, como potencia acumulable y transformable en otras potencias, en potencias con las cuales el mundo se redistribuye objetualmente a imagen y semejanza del ser en el mundo. De suerte que el despliegue de la técnica no es pues otra cosa que la manifestación de la voluntad de la voluntad, es decir del poner la naturaleza bajo el control de la potenciación, el cálculo y la acumulación hacia un habitar mediatizado por artefactos.

El ente desoculta todas sus potencias y el humano se apropia esas potencias y reordena el mundo; pero ello no es una labor sucedida por el libre arbitrio del humano, sino que es la manera como el ser se otorga-apropia al y del hombre; en el hombre mora el ser porque por el hombre es que el ser adviene a la verdad, pero esto es así puesto que el hombre es lanzado (estado-de-yecto) al ser por el ser. ¿Significa esto que el hombre no es libre? ¿Significa que es un instrumento ciego de fuerzas ocultas e incontroladas? No, por el contrario, significa que está destinado a la libertad, que desde el momento en que es lanzado a ser en el mundo, no tiene otra opción que ser libre, que encarar al ser y decidir sobre su existir y su verdad, pues es en el humano que el ser se abre a la luz de la comprensión, de la interpretación y del discurso. «Porque el hombre llega a ser libre justamente en la medida en que pertenece a la región del sino, y de este modo se convierte en uno que escucha, pero no en un oyente sumiso y obediente» (Heidegger 1994: 28). Por eso Heidegger dice que no es que la libertad sea del hombre, sino que el hombre es el que pertenece a la libertad correspondiendo al ser; «La esencia de la libertad no está originariamente ordenada ni a la voluntad, ni tan siquiera a la causalidad del querer humano» (Heidegger 1994: 28).

Por lo señalado es que el desocultar provocante como esencia de la técnica moderna representa el más alto peligro que la humanidad haya afrontado a través de la historia, el peligro de olvidarse no de su racionalidad, sino de abandonarse a ella –pues la racionalidad es justamente una tecnificación del pensar–, olvidándose de su esencia, cual es resguardar al ser en su verdad. Al penetrar la lógica de la técnica en el territorio del pensar, este se tecnifica y la filosofía deja de ser justificable en sí misma, para pasar a serlo por su capacidad de ensamblar y fabricar conceptos, lógica y gramaticalmente conectados. De la misma manera el lenguaje se convierte en mero vehículo de comunicación. Llegados a este punto la filosofía busca ganar legitimidad en los últimos siglos recurriendo a la pretensión de constituirse en ciencia y de hablar el lenguaje de la ciencia; esto, dice Heidegger en la Carta sobre el humanismo, «es comparable al procedimiento que intenta valorar la esencia y facultades de los peces en función de su capacidad para vivir en la tierra seca. Hace mucho tiempo, demasiado, que el pensar se encuentra en dique seco» (Heidegger 2006: 14).   

Cuando la técnica troca a la naturaleza en res extensa, esta se convierte en lo dispuesto (Ge-stell), con lo cual el hombre asume el poder total sobre la tierra, y nada para él está puesto por encima de sí mismo, este es el hombre al que Nietzsche llamara el último hombre, ese que mientras entorna los ojos, obnubilado por el resplandor de lo más inmediato (el ente sometido al desocultar provocante) pregona haber alcanzado la felicidad (cfr. Nietzsche 1933: 17).

Pero el poner el ser del ente bajo el representar del animale rationale, bajo la égida de la voluntad que todo lo valúa ajustada al querer, no significa en modo alguno haber extraviado la ruta proveniente y conducente al ser, sino encontrarse en el curso de su destino desocultante y estar correspondiendo a él. El hombre occidental puede pretender que con el dominio técnico del mundo ha alcanzado el non plus ultra del destino terrenal; pretenderlo de tal manera que el término progreso se le ocurra la única posibilidad de nombrar el porvenir, y con ello el alcance último de la ratio, pero desde la esencia misma de la técnica, esto es desde el desocultar provocante –de allí donde viene el mayor peligro proviene también lo salvador, dice Heidegger evocando al poeta–  resuena el destino del hombre vinculado al destino del ser, no como destino de la tierra, sino como el ex–sistente, el que es en el mundo, como aquel del que el ser se apropia y al que el ser se entrega. Solo así la finitud de la existencia puede llevarnos a la meditación de que la actitud anticipadora de la muerte, no es para nada un abandonarse al patetismo fatalista ante lo efímero de la vida, sino comprender que nuestra condición mortal hace de nuestro existir un fin en sí mismo y entonces quizás valga empezar a asumir la  esencia de la técnica (el desocultar provocante) no en su aspecto meramente instrumental, sino en su dimensión creativa, aquella que al trocarse en arte pone la verdad en obra. No en balde Heidegger nos dice que en otro tiempo  –la antigüedad griega– téchnē (técnica) se llamó también a la poíēsis (creación) de las bellas artes. Ello implicaría la superación definitiva de la metafísica, llegando a pensar el ser sin lo ente.  Es esto lo que según Heidegger falta ser pensado respecto a la técnica, no la técnica como un hacer ni como un medio, allí no está su esencia, sino la técnica como una manera de otorgarse el ser al Dasein.



Bibliografía

Heidegger, Martín
1929 Qué es metafísica. Sevilla, Renacimiento, 2003.
1947 Carta sobre el humanismo. Madrid, Alianza Editorial, 2006.
1950 Sendas perdidas. Buenos Aires, Losada, 1960.
1953 Conferencias y artículos. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1994.

Herrera Restrepo, Daniel
1995 Teoría social de la ciencia y la tecnología. Bogotá, Unisur, 1995.

Nietzsche, Federico
1883 Así habló Zaratustra. Santiago de Chile, Ediciones Ercilla, 1933.


Publicado 23 septiembre 2024